Las uniones no son pactos que se hacen una vez y que se perpetúan por inercia. Las sonrisas nupciales terminan, muy a menudo, en divorcios truculentos. De manera que hay que cuidarlas no sólo para que duren sino para que crezcan en entusiasmo y efectividad. Quizás una buena manera de colaborar en esa tarea necesaria es tratar de comprenderlas, en su especificidad, para conocer sus potencialidades y sus límites y pedirle y darle lo que se puede, ni más ni menos.
Una mala manera de practicarla debe ser considerarla un mal necesario ya que, en el caso que nos ocupa, la mesa opositora nos obliga a andar muy juntos con afinidades no electivas, viejos contrincantes y que con toda seguridad lo volverán a ser algún día.
Aparte de subrayar el obligante objetivo del contubernio, que no nos coma el lobo, bastante feroz por cierto, podríamos hacer énfasis en que esa causa tiene una carga de nobleza nada despreciable: evitar la destrucción del país, recuperar la convivencia, revivir una democracia sana y crear condiciones para que nos podamos dar con cierta elegancia y libertad los tortazos que queremos darnos y que hoy están prohibidos.
Que viene a ser más o menos lo mismo pero suena de otra manera más entusiasmante. Y entusiasmo necesitamos para captar conciencias o, si se quiere, más pragmáticamente, votos.
Además las políticas frentistas han hecho históricamente cosas muy loables: como acabar con el colonialismo, darle jaque mate a Pinochet o, sobre todo, ganar la segunda guerra mundial con el contubernio de seres, esta vez sí muy distantes, como Roosevelt y Stalin.
Es muy probable que las cosas fundamentales que ya se han acordado se cumplan, primarias y candidato único. Lo que hay que agradecérselo al lobo. Pero la energía y la calidez necesaria a la empresa no necesariamente les son consustanciales.
Ahí es que hay que luchar contra odios mellizales, edípicos, viejas cicatrices, espíritus tribales y malformaciones del ego.
Y aupar las conductas antagónicas.
Porque de eso se trata más que de las tales diferencias ideológicas que a estas horas del planeta no son ni épicas ni de gran tamaño, salvo que uno se meta a fundamentalista islámico o a bolivariano o al Club de los Dementes Perpetuos que ha entrado recientemente en franca desbandada o quiera reeditar el libro rojo de Mao o el verde de Gadafi. Y mucho menos a mediano plazo, que lo debe haber para la unidad después de los comicios, cuando habrá que atender una situación tan límite de la enfermedad nacional que no creo que las filosofías de la historia tenga mucho que ver con terapias primarias en que sólo debe privar la sensatez. Supongo que los japoneses no deben estar discutiendo en estos días sobre la virtud republicana. Además, por supuesto, de garantizar una muy problemática gobernabilidad, porque si Chávez ha sido lo que ha sido en el gobierno, qué no será en la oposición, cuando ya no tenga al menos la obligación de mantener a flote.
Una mala manera de practicarla debe ser considerarla un mal necesario ya que, en el caso que nos ocupa, la mesa opositora nos obliga a andar muy juntos con afinidades no electivas, viejos contrincantes y que con toda seguridad lo volverán a ser algún día.
Aparte de subrayar el obligante objetivo del contubernio, que no nos coma el lobo, bastante feroz por cierto, podríamos hacer énfasis en que esa causa tiene una carga de nobleza nada despreciable: evitar la destrucción del país, recuperar la convivencia, revivir una democracia sana y crear condiciones para que nos podamos dar con cierta elegancia y libertad los tortazos que queremos darnos y que hoy están prohibidos.
Que viene a ser más o menos lo mismo pero suena de otra manera más entusiasmante. Y entusiasmo necesitamos para captar conciencias o, si se quiere, más pragmáticamente, votos.
Además las políticas frentistas han hecho históricamente cosas muy loables: como acabar con el colonialismo, darle jaque mate a Pinochet o, sobre todo, ganar la segunda guerra mundial con el contubernio de seres, esta vez sí muy distantes, como Roosevelt y Stalin.
Es muy probable que las cosas fundamentales que ya se han acordado se cumplan, primarias y candidato único. Lo que hay que agradecérselo al lobo. Pero la energía y la calidez necesaria a la empresa no necesariamente les son consustanciales.
Ahí es que hay que luchar contra odios mellizales, edípicos, viejas cicatrices, espíritus tribales y malformaciones del ego.
Y aupar las conductas antagónicas.
Porque de eso se trata más que de las tales diferencias ideológicas que a estas horas del planeta no son ni épicas ni de gran tamaño, salvo que uno se meta a fundamentalista islámico o a bolivariano o al Club de los Dementes Perpetuos que ha entrado recientemente en franca desbandada o quiera reeditar el libro rojo de Mao o el verde de Gadafi. Y mucho menos a mediano plazo, que lo debe haber para la unidad después de los comicios, cuando habrá que atender una situación tan límite de la enfermedad nacional que no creo que las filosofías de la historia tenga mucho que ver con terapias primarias en que sólo debe privar la sensatez. Supongo que los japoneses no deben estar discutiendo en estos días sobre la virtud republicana. Además, por supuesto, de garantizar una muy problemática gobernabilidad, porque si Chávez ha sido lo que ha sido en el gobierno, qué no será en la oposición, cuando ya no tenga al menos la obligación de mantener a flote.
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