Mientras el recontra-ministro Rafael Ramírez mojaba sus piecitos en las límpidas aguas marinas de la playa privada de la mansión colonial mexicana, alzada en la exclusiva urbanización Puerto Real de Margarita....
Por: Elizabeth Fuentes/TalCual
Mientras el recontra-ministro Rafael Ramírez mojaba sus piecitos en las límpidas aguas marinas de la playa privada de la mansión colonial mexicana del tipo nuevo rico, alzada en la exclusiva urbanización Puerto Real de Margarita y propiedad de otro de sus amigos chaviburgueses, el resto de bolsas venezolanos se preparaba de lo más inocente para celebrar su fincito de año estirando los churupos de las utilidades que todavía sobrevivían a los aguinaldos y las hallacas.
Rodeado de camionetas blindadas, guardaespaldas blindados, champagna blindada, el ingeniero Ramírez disfrutaba cara al sol la dicha de vida que lleva, absolutamente despreocupado por sandeces tales como "¿qué va a ser de mí después de la macrodevaluación que vamos a anunciar, cómo haré mercado de ahora en adelante, me irán a subir los pasajes, podré visitar a mis hijos que han huido todos al exterior porque ya no soportan un asalto más, un secuestro más, otro despido, el desempleo...?".
Ya para el 31 de diciembre, el ministro lucía un bronceado estupendo y andaba tan desestresado que ni siquiera se molestó cuando escuchó los gritos de sus millonarios vecinos a las 12 de la noche, todos vestidos de fiesta, tirando cohetones y lanzándose al mar pero gritando, en lugar de Feliz Año, ¡"Que se vaya Chávez, que se vaya Chávez, que se vaya"!, justo frente a la ridícula mansión, quizás envalentonados por tanta Moet Chandön pero sin saber que con esa imagen casi fellinesca estaban representando anticipadamente a todos aquellos que, a la semana siguiente, amanecimos más pobres, más infelices y básicamente más arrechos contra esta catajarra de hipócritas que se autodenominan socialistas-revolucionarios-fidelistas, siempre que las consecuencias de su sálvese quien pueda ideológico las paguemos, como siempre, los más pendejos.
Después me entero que el divorcio de uno de los más conspicuos funcionarios jalabola tramposo y mediático, anda ahí ahí con cualquiera de las reparticiones de bienes de Donald Trump.
Que si el emporio inmobiliario en Margarita lo quiere ella, que si la millonada de dólares en Antigua o quién sabe dónde le quedarían a él, que si la colección de Audis y Mercedes debe ponerse a nombre de los hijos, que si las triangulaciones en Cuba no entran en la cosa; en fin, que el asunto tiene aterrado(a) a más de un juez o jueza, no vaya a ser que el tribunal donde metan el samplegorio decida de acuerdo con la Constitución pero el juez o la jueza termine preso o presa por haber pisoteado los bienes y dólares que con tanta triquiñuela se han ganado en estos últimos diez años de dolce far niente.
Y no es nada, que pensando objetivamente la mayoría de esta gente debe andar mal de los nervios suponiendo que las dichosas medidas puedan acelerar su caída electoral y, en consecuencia, deberán robar más rápida y eficientemente que Alejandro Uzcátegui y sus amigotes de Empreven, lo que para nosotros significará, ni más ni menos, que cada vez gobernarán peor y con más desidia, si es que eso es posible.
Feliz Año pues. Y que se vayan, pero que se vayan todos.
Ojalá y podamos cumplir los deseos de los vecinos de Ramírez, comenzando por expulsar de la Asamblea Nacional a los compinches de semejantes ejemplares.
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