Es evidente que a Nicolás Maduro se le han subido los humos a la cabeza. Desde que asumió la presidencia su conducta se ha caracterizado por una progresiva acentuación de un talante agresivo y pugnaz que hasta ahora no se le había manifestado. Lo peor es que sus desplantes son absolutamente gratuitos.
Arremete contra la oposición sin motivo alguno, en un patético empeño en imitar a Chávez, no sólo en lo que José Vicente Rangel llamó, para justificar sus intemperancias, el “estilo” de aquel, sino hasta en algunas entonaciones de la voz, que realmente caricaturizan su pretensión. Pero, en fin, esto es anecdótico.
En cambio, no lo es la atmósfera conflictivista a la cual Maduro intenta dar cuerpo. No existen hoy razones válidas para tal actitud. La desaparición de Chávez ha contribuido a crear una extraña atmósfera en el país. Es como si la gente, de todos los sectores, quisiera tomarse un respiro, lograr una “taima”, después de más de una década de incesante confrontación. Por lo demás, es natural que así sea.
De allí que el empeño del Presidente luzca extemporáneo, fuera de lugar. En vez de aprovechar el cambio de guardia producido en las alturas del poder para salir al encuentro del ansia de paz que mueve a tirios y troyanos, Maduro ha apelado a lo que cree sería la voluntad de Chávez: buscar pleito a troche y moche, venga o no a cuento. Pero, se equivoca y yerra el tiro. No es la supuesta voluntad de su antecesor la que debería impulsar sus acciones sino la voluntad del pueblo.
No se necesita una finura especial de olfato para percibir que el país, es decir, el pueblo, aspira a vivir en un ambiente menos cargado de violencia, menos amenazante. La coyuntura favorece la satisfacción de esta muy natural aspiración. Gobierno no busca pleito, dijo alguien cierta vez. Y es verdad. Una cosa es que el gobierno cualquiera se defienda de ataques, o esté a la ofensiva en una situación de real confrontación, y otra muy distinta es que proceda, cuando la situación no lo aconseja, como si entendiera que su rol es vivir en permanente búsqueda de pelea.
Este camino tomado por Maduro no presagia nada bueno. Donde hay en la oposición una actitud de satisfacer la aspiración general de menos conflictividad, Maduro cree ver una pérdida de fuelle. Esta carencia de sentido de la realidad podría conducir a graves equivocaciones en el Presidente. En verdad resulta difícil entender el propósito de Nicolás Maduro. ¿Qué persigue realmente? Podría intuirse que ese lenguaje agresivo y duro está dirigido más bien a la base chavista.
¿Pensará Maduro que los chavistas del común añoran el característico comportamiento del “comandante eterno” y pretende satisfacerlos con una imitación? Si fuere así se equivocaría de medio a medio. La oposición lo ha entendido. ¿Lo ha entendido el gobierno?
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