JOSÉ DOMINGO BLANCO (MINGO) | EL UNIVERSAL
Vivimos de fecha en fecha. Hace poco, esperábamos el 16 de diciembre; pero antes del 16-D, esperábamos el 7 de octubre. Y mientras aguardábamos por esas fechas ¡emblemáticas! el país a media marcha, como cuando se contiene la respiración, caminando con precaución, dando un pasito a la vez, casi paralizados aguardando cualquier desenlace, bueno o malo, para tomar decisiones. ¡Qué insólitos somos! ¡Qué absurda se ha vuelto Venezuela! Lo peor no es eso: ¡en este plan llevamos años! Y ahora: ¡el 10 de enero es la cosa!
Yo no sé si en un país serio y responsable, cuando el mandatario se le enferma (o tiene que operarse o cae en coma espontáneo o provocado) ocurre una parálisis de la magnitud como la que padecemos en estos días. Nuestro caso, de seguir así, pasará al Libro de Records Guinness como el de la nación que más tiempo pasó en incertidumbre (y detenido) producto de la enfermedad del presidente de la República que, al fin y al cabo, no es más que un empleado, a quien se le paga el sueldo con nuestros impuestos y por lo tanto, ante su situación, merecemos, sí, estar informados; pero, no paralizados, esperando que el comandante dé una orden para que la rueda siga andando. ¿Esto ocurre en otros países? Chávez lo ha hecho tan bien, desde el punto de vista esotérico y espiritual, que ha hundido a los venezolanos en una especie de hipnosis colectiva donde algunos permanecen boquiabiertos, otros estancados, otros esperando órdenes para mover un dedo y otros... quién sabe cómo reaccionarán cuando, de llegar el caso, les den una fatídica noticia.
Después del 11 de diciembre, cuando el Presidente anunció lo que le ocurría, su nuevo viaje a Cuba, la designación de Maduro como "su sustituto" y la seriedad de la operación a la que se sometería (con sus posibles consecuencias), los días se han asemejado a una puesta en escena del teatro del absurdo. A veces con visos de sainete, bien "folclórico", ambientado en una Venezuela ingenua que todavía cree en los cuentos de la Sayona. El teatro de estos días es tan absurdo que produce un desequilibrio entre razón y emoción. El desbalance es tan grande, que los venezolanos no sabemos si reír o llorar. Y mientras se representa la obra, estamos dejando de lado los problemas de desarrollo. Se desmoronan las fuerzas productivas y vivas del país. Porque el país está en vilo y dependiendo de un solo hombre: del presidente de la República. No logramos seguir adelante aun cuando la Constitución lo establece claramente: cualquiera puede ser Presidente. Todo lo que haya que decidir o hacer está contemplado en la Carta Magna. Lo que sí no contempla es la paralización del Estado o la nación mientras esperamos noticias ¡y desde Cuba!... cosa más grande caballero. Habrase visto semejante disparate.
Hace poco me topé con este pensamiento, de un escritor mexicano cuyo nombre no anoté, que me hizo reflexionar sobre nuestra situación actual: "Casi todo lo que llamamos razonamiento consiste en encontrar argumentos para seguir creyendo lo que creemos". Y ese pareciera el axioma de los rojos rojitos: son expertos buscando maneras para justificar lo que creen, inventando nuevas teorías que corroboren sus creencias aun cuando éstas los lleven –y nos lleven a todos, por efecto colateral- derecho al despeñadero.
Llevo días preguntándome si un país deja de ser país porque su presidente se muera. ¿Se acaba la nación? La enfermedad de Chávez nos ha servido para ratificar que su efecto funcionó como una especie de elixir que se empleó para "bobalizar" a una sociedad que dejó de pensar. Y sus adulantes, quizá, a sabiendas de la muerte que pudiera ocurrir, son incapaces de asumir el liderazgo. ¡Qué servilismo más grande! Y por eso prefieren ocultar la realidad, porque tienen miedo de surgir como líderes: ¡no son más que unos cobardes!
Recuerdo una oportunidad, cuando trabajaba en Globovisión, que me tocó entrevistar al entonces ministro de Interior y Justicia, Ignacio Arcaya. "Para variar" en una de nuestras cárceles estaba ocurriendo una especie de circo romano, donde a manera de diversión, los presos decidieron hacer un juego de fútbol: ¡el balón era la cabeza de un reo asesinado! Le pregunté al Ministro si no era el momento de tomar acciones inmediatas e intervenir la cárcel. Su respuesta fue lapidaria. Me dijo que él tenía que esperar a que Chávez regresara de su gira por China y le diera instrucciones para ver qué iban a hacer. En vivo y al aire le dije a Arcaya que no era más que un monigote del Presidente. El tipo se paró y se fue del estudio. Así se terminó la entrevista.
Tenemos que fumigar al país para librarlo de la plaga que lo tiene infectado. El problema, en su raíz, es más moralista que legalista. Y eso, ni siquiera, los pseudo líderes de la oposición lo han entendido. Nadie ha sido capaz de ver que lo que se nos viene encima es la crisis más grande, jamás vivida, en todos los órdenes habidos y por haber./NDO
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