El Dr. Pedro Martínez, profesor de introducción al Derecho, decía siempre que en Venezuela no había estado de derecho, sino estado de torcido. Si este punto de vista era válido antes, cuando se hablaba de tribus, lo es mucho más ahora cuando la tribu es una y uno el cacique. Los estudiosos del fenómeno jurídico tendrán que desarrollar una nueva teoría del Derecho que sirva para entender las decisiones judiciales de este tiempo en el cual la pirámide de Kelsen está de cabeza y, por tanto, la Constitución en el último lugar.
Ya son tan comunes sus violaciones que es hasta tedioso llevar un registro de las veces que se mancilla, porque se le iría a uno el día en ello. Así, pues, si antes se hablaba en materia jurídica de positivismo o iusnaturalismo, debería instaurarse una teoría para este tiempo denominada el iuspersonalismo.
Son los malabarismos jurídicos y no la razón los que conducen al derecho y lo ponen al revés. Y es que ni Amurabí el del código, ni Justiniano el de las XII tablas, habrían podido imaginar, por ejemplo, que alguien tenga derecho para concurrir a unas elecciones y no para ganarlas. Hay que reconocerlo: el ejercicio de hacer racional el absurdo es como para hacer “plop” al estilo Condorito.
El viejo maestro nos enseñaba que justicia, bien común y seguridad jurídica estaban entre los fines del Derecho. En los tiempos que corren, hay un solo fin: la expresión de la voluntad del líder. Para ello hay que hacer algo que tantas veces denunció el Supremo cuando era candidato: usar el derecho en propio beneficio, para fines torcidos; no para la justicia, sino para el ventajismo; no para el bien común, sino para el provecho propio y, naturalmente, no para la seguridad jurídica, sino para generar un estado de miedo colectivo.
Ulpiano, el jurista romano, decía que el derecho procura tres cosas: · Honeste vivere: vivir decentemente.
· Alterum non laedere: no ladillar demasiado a los a otros.
· Suum cuique tribuere: dar a cada quien lo que le corresponde.
Vivir honestamente no se puede en un país en el cual la corrupción es la norma y la ideología es amparo del robo. No dañar es impensable cuando dañar es ”justamente” el propósito. Dar a cada quien lo suyo es imposible cuando la justicia, no sólo está sin venda, sino que usa lentes y de marca, eso sin contar que la “balanza” tiene un solo plato.
Es que ni a Nerón se le habría ocurrido imponer una multa de 9 millones de denarios a los cristianos al culparlos del incendio que él mismo había ocasionado.
Bueno, existe todavía la posibilidad de decirlo, de ejercer la libertad de expresión que, como dijo Zapata, nos queda sólo a los opositores, porque los partidarios del proceso hace tiempo que la perdieron: sólo pueden decir, pensar y hacer lo que el cacique de la tribu ordene. En verdad, tiene que ser muy duro vivir con miedo de seguir los dictados de la conciencia, como diría el maestro: “cada quien vive su propio desgarramiento como si fuese su propia reconciliación”.
Ya son tan comunes sus violaciones que es hasta tedioso llevar un registro de las veces que se mancilla, porque se le iría a uno el día en ello. Así, pues, si antes se hablaba en materia jurídica de positivismo o iusnaturalismo, debería instaurarse una teoría para este tiempo denominada el iuspersonalismo.
Son los malabarismos jurídicos y no la razón los que conducen al derecho y lo ponen al revés. Y es que ni Amurabí el del código, ni Justiniano el de las XII tablas, habrían podido imaginar, por ejemplo, que alguien tenga derecho para concurrir a unas elecciones y no para ganarlas. Hay que reconocerlo: el ejercicio de hacer racional el absurdo es como para hacer “plop” al estilo Condorito.
El viejo maestro nos enseñaba que justicia, bien común y seguridad jurídica estaban entre los fines del Derecho. En los tiempos que corren, hay un solo fin: la expresión de la voluntad del líder. Para ello hay que hacer algo que tantas veces denunció el Supremo cuando era candidato: usar el derecho en propio beneficio, para fines torcidos; no para la justicia, sino para el ventajismo; no para el bien común, sino para el provecho propio y, naturalmente, no para la seguridad jurídica, sino para generar un estado de miedo colectivo.
Ulpiano, el jurista romano, decía que el derecho procura tres cosas: · Honeste vivere: vivir decentemente.
· Alterum non laedere: no ladillar demasiado a los a otros.
· Suum cuique tribuere: dar a cada quien lo que le corresponde.
Vivir honestamente no se puede en un país en el cual la corrupción es la norma y la ideología es amparo del robo. No dañar es impensable cuando dañar es ”justamente” el propósito. Dar a cada quien lo suyo es imposible cuando la justicia, no sólo está sin venda, sino que usa lentes y de marca, eso sin contar que la “balanza” tiene un solo plato.
Es que ni a Nerón se le habría ocurrido imponer una multa de 9 millones de denarios a los cristianos al culparlos del incendio que él mismo había ocasionado.
Bueno, existe todavía la posibilidad de decirlo, de ejercer la libertad de expresión que, como dijo Zapata, nos queda sólo a los opositores, porque los partidarios del proceso hace tiempo que la perdieron: sólo pueden decir, pensar y hacer lo que el cacique de la tribu ordene. En verdad, tiene que ser muy duro vivir con miedo de seguir los dictados de la conciencia, como diría el maestro: “cada quien vive su propio desgarramiento como si fuese su propia reconciliación”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario