Por: Laureano Márquez/TalCual
De repente el carnaval se convirtió, de la noche a la mañana, en la fiesta más sagrada de los venezolanos. No celebrarlo te hace reo de alta traición a la patria, como en el terrible año 14 de Boves, hay que bailar y celebrar mientras los lanceros en caballos de alta cilindrada, lanza en ristre diezman a la población. En sus orígenes más remotos el carnaval es una fiesta pagana.
Y emulando a un gran poeta humorístico venezolano podemos decir: si a este gobierno le gusta tanto el paganismo, ¿por qué no paga sus deudas ahora mismo?, que es, entre otras cosas, lo que el sector productivo le exige para sacar al país del colapso económico.
Según algunas opiniones la etimología de la palabra carnaval proviene del latín vulgar (como era de esperarse) y alude a la ausencia de consumo de carne propio de la cuaresma cristiana. Carnelevamen, en latín significa algo así como “se acabó la carne, señores”. En este sentido, la euforia gubernamental cobra mucha fuerza y sentido: al carnelevamen habrá que sumar también el harinalevamen, lechelevamen, aceitelevamen, medicinaslevamen y tantos otros levámenes propios de estos tiempos de disfraces que corren.
Fue durante la Edad Media cuando el carnaval alcanzo su más elevada y profunda expresión. El orden institucional de la sociedad quedaba suspendido, igualito que aquí. Era un tiempo de descarga colectiva sin límites, donde todo el mundo podía hacer lo que le daba la gana sin atadura a ninguna ley. Se entiende entonces la relevancia que se le ha querido dar en estos tiempos a la celebración y es que quizá el país vive en carnaval permanente.
En el carnaval existía una larga lista de agravios permitidos. Según el teólogo Luis Maldonado, entre otros, los siguientes (cito):
Proferir injurias a los viandantes.
Hacer sátira publica de ciertas interioridades.
Desbaratar objetos, llevarlos fuera de su sitio normal, robarlos.
Ensañarse con ciertas personas.
Arrojar objetos considerados injuriosos.
Satirizar autoridades.
Desnudarse y pasear en cueros, pero con cetro y corona haciendo desvergüenzas. (fin de la cita)
Según Mijail Bajtin (cito): “la fiesta medieval era un Jano de doble faz… hacia el pasado consagraba el régimen existente…hacia el futuro se oponía e èl poniendo énfasis en la sucesión y renovación” (pag.78 fin de la cita). Esta renovación se manifiesta por una parte con las màscaras que cubren y ocultan el verdadero rostro y permiten hacer las fechorías, amparados en el anonimato. Claro que en la Edad Media nadie se quitaba la careta para caerle a caretazos a un prójimo inmovilizado en el suelo. El carnaval era pues una suerte de falsa renovación, de engaño y falsedad. De mentira convenida para fortalecer el régimen imperante. Nos disfrazamos de cambio para que todo siga igual, tal vez peor.
Es por esta razón que el carnaval instaura nuevas jerarquías. Entre ellas el rey Momo. Momo viene del griego Μῶμος que significa “burla” y también “culpa”. Es la culpa burlándose de su víctima. Cito: “Se lo representaba con una máscara que levantaba para que se le viera la cara, y con un muñeco o un cetro acabado en una cabeza grotesca en la mano, símbolo de la locura” (fin de la cita). No deja de ser emblemático que siendo el carnaval fiesta de disfraces y ocultamiento, sea justamente este el momento en el que al Rey Momo se le vea su verdadero rostro. Es que su máscara ya no puede ocultar su auténtica apariencia, porque queda al descubierto que la máscara y el rostro son la misma cosa. De esta manera, el rey Momo, se ve expuesto a la peor de todas las desnudeces: la del alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario