Por: VenEconomía
Cuando se mezclan el sectarismo, el fanatismo, la intolerancia, la ignorancia y el cinismo los resultados son predeciblemente calamitosos. Desafortunadamente para Venezuela, este funesto y explosivo coctel es el componente que priva en toda decisión, dictamen y política de la élite gobernante desde 1999.
Ahora Nicolás Maduro volvió a juntar todas esas características, para hacer prevalecer su agenda política sobre los intereses de la nación.
Está negado a reconocer que ha sido promovido y ejercido por sus fuerzas represivas el estado de conmoción que se extiende por todo el territorio nacional desde hace más de dos semanas. Así, en vez de llamar a sus huestes violentas a botón para detener el baño de sangre de jóvenes inocentes que se han declarado en resistencia activa contra el avance del Castrocomunismo, tomó la vía rápida, paralizar al país por seis o siete días, en lo que se puede denominar “el superpuente para la bancarrota”.
Este martes decidió decretar como días no laborables el jueves 27 y el viernes 28 de febrero. ¿El motivo? Celebrar los 25 años del “Caracazo”, una trágica explosión social que dejó cientos de muertos, heridos y decenas de desaparecidos.
¿El motivo real? Echarle agua fría a las protestas.
Este absurdo solo puede tener su explicación en la demostrada vocación de violencia sangrienta que ha demostrado tener la camada de “revolucionarios” que comandan el socialismo del siglo XXI.
Estos dos días, se suman a los del fin de semana y al lunes 3 y martes 4 de marzo, dos días feriados con motivo del Carnaval. Y lo más previsible es que también se decrete asueto el miércoles de ceniza (5 de marzo), cuando se cumple el primer aniversario del anuncio de la muerte de Hugo Chávez.
En conclusión serán seis o siete días de parálisis de todo el tejido productivo. Ello en momentos cuando los inventarios están en los más bajos niveles; cuando es ingente la merma de la producción de las pocas empresas nacionales en pie por falta de divisas para comprar insumos, materia prima, maquinarias, equipos o repuestos; cuando los anaqueles de supermercados, farmacias y otros distribuidores de bienes básicos están más vacíos que nunca.
El resultado no es menos previsible: Cierre de pequeñas empresas, disminución de fuentes de trabajo, incremento del desempleo, mayor carestía de bienes y productos básicos, más hambre y una mayor crisis económica.
Es decir, se prepara otro coctel para una nueva y más extensa explosión social.
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