Mientras Chávez juega con su Twitter para enviar saludos y relatar la odisea de su tratamiento, o de lo que anoche le reveló el dictador de Cuba, el país literalmente se desangra en barrios y urbanizaciones; sin distingos de edad, condición económica y social, etnias o religiones
Por: Elizabeth Araujo/TalCualDigital
Una adolescente sale temprano de su hogar en Guarenas con rumbo a Petare, para incorporarse a su labor de facilitadora en los planes vacacionales de la alcaldía de Sucre y, sin saber por qué, termina en la morgue, desde donde le hacen la llamada a su madre para que vaya a retirar el cadáver.
Un médico que celebra una reunión familiar en su casa de La Lagunita no festejará ya sus 40 años, porque uno de los asaltantes lo decidió con un tiro y posiblemente le queden más balas para la próxima incursión. Un estudiante de 17 años es confundido con un hampón de un barrio de Carapita, y su matador lo ejecuta delante de la hermana.
¿De qué conspiración habla usted, señor ministro de la Defensa, cuando en un afán de perdonavidas incursiona en la política y lanza amenazas contra aquellos que osan socavar la paz de la revolución?
¿Por qué este gobierno, que según la proclama inflamable de Jaua, está pleno de los mejores servidores, no acaba por echar al inútil titular del Interior, por cuya incompetencia los venezolanos ahora debemos pagar los sueldos de una ministra de cárceles y de su equipo de funcionarios?
¿Hasta cuándo las infantiles paradas militares transmitidas en cadena nacional en honor del único enfermo de la nación, mientras miles de compatriotas hacen largas colas para ser atendidos en hospitales que avergüenzan? Es obvio que estas preguntas retóricas e inútiles, lanzadas al garete frente a un Poder revolucionario sólidamente cimentado en la adulancia y la corrupción, no obtendrán respuestas por ahora.
Mientras el paciente comandante juega con su Twitter para enviar saludos y relatar la odisea de su tratamiento, o de lo que anoche le reveló el patriarca dictador de Cuba, el país literalmente se desangra en barrios y urbanizaciones; sin distingos de edad, condición económica y social, etnias o religiones.
De un tiempo para acá los lectores de la prensa buscan preferentemente las páginas de sucesos, y si algún tiempo queda, revisan los obituarios. Cambió la rutina de quienes desayunaban con las hazañas de los grandeligas o de los que revisaban la cartelera del cine para desestresarse con un buen filme de acción.
Venezuela está hoy saturado de violencia criminal y emocional, pero también institucional. ¿Qué hacen las policías, por ejemplo, en Caracas, que se ocultan después de las 9 de la noche? ¿Alguien lleva la pista de los funcionarios que fueron despedidos de la PM y sabrá si han encontrado un modo decente de ganarse la vida?
En verdad que son tiempos miserables, y nadie está exento de aparecer en las crónicas rojas del siguiente día. Los ministros hablan del triunfo sobre la pobreza; los avances informativos de VTV sólo dan cabida a seriales donde los obreros producen bienes en empresas socialistas, los campesinos trabajan las tierras de los latifundistas y los espacios de opinión se esfuerzan en analizar los ataques de la OTAN a Libia. Pero ninguno de estos ministros se atreve a salir sin escolta o sin asomarse primero a la calle antes de abordar su camioneta blindada.
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