Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
El título pareciera el lema de la campaña de Chávez, o de quien eventualmente haga sus veces. El mismo jefe no cesa de exhortar, con su fino verbo, a aplastar, pulverizar, desintegrar al enemigo. Pero esas vehemencias extremas parecieran toparse con inusitados obstáculos
El primero es que se diría que Capriles no pareciera ser una presa fácil y su táctica de ignorar las feroces destemplanzas de sus rivales no le ha resultado nada mal. Como decía Antonio Machado nada desconcierta más a los atorrantes que tratar de pelearse con el viento. Nada de gallinas a la usanza de Arias Cárdenas o de sacarle la madre como algún rival descontrolado ni mandarlo a callar como su majestad el rey Juan Carlos. Coger la otra calle cuando se avizora el orate del pueblo que la emprende con el primero que ve es una buena táctica para mantener la propia cordura y dignidad. Los votantes escogerán entre las buenas maneras cívicas y las alharacas cantineras, entre otras cosas. Y las encuestas hablan de mayorías ciertas a favor de la paz y la reconciliación nacionales; tres lustros de odios, palabrotas y garrotes parecen suficientes hasta para los estómagos más recios.
Lo segundo me parece más notable. Tanta furia y tanto miedo desatados da la impresión de que no encontraran municiones para atacar la presencia amenazante.
De manera que esa carencia se suple multiplicando los habituales vicios de mentir, calumniar, descender a los terrenos más infectos y, a ratos, suscitar la risa estruendosa cuando superamos la estupefacción o el asco.
Que el candidato opositor, por ejemplo, desprecia y agrede a los gordos, como dijo Diosdado sin inmutarse, es una vaina que no se les hubiese ocurrido ni a los poderosos ingenios de Laureano y Weil, juntos. Además de ser un suicidio electoral dado que tenemos el gordo que da miedo, más del sesenta por ciento de la población. Después que el gobierno es conocido, nacional e internacionalmente, como censor artero y multiforme y perseguidor y atropellador irredento de periodistas le ha dado ahora, Chávez la cabeza, por que la gente de Capriles persigue a los indefensos hojilleros oficialistas que cubren su giras; ayunos de policías, gorilas y matones los muy desvalidos. O, más genéricamente, que el gobierno de las milicias, los boliches, los linarones, las piedritas, los rangelsilvas y otras especies son víctimas de la violencia incontrolada de los ejércitos tricolores. Y paremos de contar, es interminable esta inversión estrambótica de las culpas.
Pero eso prueba una cosa: que no hay dónde afincarse para atacar al candidato de la unidad y hay que inventar lo inverosímil o apelar a lo inapelable como el antisemitismo y otras canalladas. Lo cual habla muy bien de sus prudencias.
Se nos ocurre, por contraste, lo sencillo y elemental que sería atacar al señor Cabello, bastaría mostrar las carretillas de pruebas acusatorias que, ¡oh casualidades¡, Capriles y su gente llevaron a los tribunales sobre delitos de su gestión en Miranda o preguntarle al Gato Briceño de dónde sacó eso de Pimentón que le encasquetó al presunto heredero.
O escudriñar tantos decires públicos que lo tratan, desde hace tanto, como el monarca de las finanzas lúgubres. Y eso no se tapa dando gritos y peleando con caricaturistas desestabilizadores y racistas. Más le valiera estar duerme.
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