Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Una vez señalábamos que desde hace un cuarto de siglo, más o menos, los programas de gobierno como parte de la oferta electoral han ido disminuyendo su valor y su presencia en las afanosas contiendas por la Presidencia de la República
En varios casos estos ni siquiera han existido, aun en candidaturas de mucha monta. Caldera II, por ejemplo, ciertamente logró reunir un copioso e ilustrado conjunto de venezolanos que trabajó meses en la elaboración de proyectos para las diversas áreas del quehacer nacional.
Pero si bien el resultado de esa meditación colectiva fue editado en un libro, éste prácticamente no circuló, sustituido por un pequeño folleto sintético, minimalista a más no poder. Hugo Chávez llegó al poder en el 98 con un solo y monocorde estribillo: acabar con los corruptos, someterlos a los mayores escarnios y castigos.
Cosa que no hizo nunca, de paso. Arias Cárdenas sencillamente no puso por escrito proyecto alguno cuando lanzó su candidatura contra su gallináceo colega golpista.
En el caso del Chávez posterior la idea misma de programa es por naturaleza contradictoria con su manera caudillesca de mandar y no solo sus promesas electorales se han convertido no pocas veces en sus contrarios, mentiras a secas, sino que cuando propuso la reforma de la Constitución y el soberanísimo se la negó, se dedicó a instrumentarla a través de leyes inconstitucionales, variante ejemplar de la negación del vínculo democrático esencial entre la oferta programática y la aquiescencia popular.
Incluso se llegó a teorizar sobre la inutilidad electoral de esos ladrillos que en el fondo solo leían algunos iniciados y que dado su carácter promocional luego eran irrealizables, contrastados con la dureza de los hechos. Que lo mejor era conseguir un par de propuestas fuertes y seductoras capaces de movilizar la sensibilidad y los intereses de la mayoría y no gastar pólvora en zamuros.
La unidad de la oposición, reunión de gente muy distinta, obligó a reponer la idea de programa en el mejor sentido de la palabra. Si los diversos querían convivir armónicamente para caminar juntos al menos tenían que ponerse de acuerdo en aquello que los unía. Así surgió el programa de la Mesa de la Unidad y luego, no menos consensualmente, el más específico de Henrique Capriles.
Creo que pocas veces se ha reunido en el país tanta gente docta para hacer un programa de gobierno dados los muchos ríos afluentes que desembocaron en la unidad. Como pocas veces se ha voceado tanto como en la titánica campaña de Henrique. Además, siendo uno de los cohesionadores básicos para mantener el espíritu unitario su carácter de pacto de honor, su obligado cuplimiento, resulta indispensable para seguir adelante tal como se ha diseñado el camino de la reconstrucción del país.
Todo ello hace particularmente necia la falaz campaña del gobierno de que existe otro y verdadero programa, no de izquierda (lo dijo Chávez) como el que conocen millones de venezolanos, sino otro de derecha pura y dura como corresponde, según él, a sus pregoneros.
Es cosa tan descocada y truculenta la que pretende vender el chavismo desesperado que se podría afirmar todo lo contrario: que por primera vez en mucho tiempo Henrique Capriles es un candidato con programa, que este es inmejorable dadas sus virtudes creativas y también el absoluto desastre que debe reparar y, por último, que además de la seriedad y honestidad del candidato que lo enarbola hay demasiados socios en la cuestión como para trucar reglas de juego. Una payasada más.
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