SANTIAGO BOCCANEGRA/TalCualDigital
Son las 10 de la mañana. Repica el celular de Margarita Cañas en la oficina. "Llegó el detergente al supermercado", se escucha una voz al otro lado del teléfono. No hay tiempo. Margarita se preocupa, justo apenas iba a comenzar la faena en su puesto de trabajo.
Piensa en irse, recuerda que el último uniforme de su hijo se lo llevó puesto esta mañana y que a su esposo no le queda ropa interior. Hace una semana que se acabó el jabón para lavar en su casa. No le queda otra. "Jefe, lo siento, me voy a hacer la cola antes que se acabe", alcanza a decirle. El jefe, resignado, lo acepta: "me traes una bolsa también a mí", le pide.
El caso de Margarita se repite todos días en la mayoría de las oficinas en Caracas. Es parte habitual de la jornada laboral tras el aumento de la escasez en el país. Es una dinámica en la que los jefes han tenido que ceder, pues también son víctimas del desabastecimiento que los golpea al llegar a casa, aunque eso repercuta directamente en la productividad: en muchos casos se pierden hasta tres o cuatro horas para adquirir un producto.
La mayoría de quienes hacen largas colas para comprar son gente honrada, no delincuentes ni contrabandistas. Ya el gobierno obliga a sus ciudadanos a la humillación de tener que correr a comprar productos y soportar las peores condiciones, como para que ahora decidan implementar el uso de las máquinas captahuellas en los supermercados y farmacias.
Margarita no corre a la mitad de su horario laboral a comprar jabón para vendérselo a otro. Lo hace por la necesidad de lavar su ropa y la de su familia.
Es que si no lo hace en la noche, cuando llegue a casa, no podrá hacerlo tampoco mañana. En su zona es día de racionamiento de agua.
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