Ya esta siendo hora de que se convoque una gran conferencia mundial para discutir y tratar de aprobar políticas conjuntas para hacer frente al gravísimo problema del narcotráfico y de la espesa malla de redes criminales que rodean ese infame y mil millonario negocio, y que es tal vez lo peor de él.
Así como el del cambio climático que, en el largo plazo, amenaza hasta la supervivencia de la especie humana, y ya ha provocado conferencias y encuentros mundiales para discutir la manera más eficiente de hacerle frente, el del narcotráfico, en el corto plazo, es probablemente la peor plaga de las que se abaten sobre el planeta, y exige ya un tratamiento multilateral y la implementación audaz de alternativas a la pura "solución" policial y/o militar, que se ha revelado totalmente ineficaz. Esa guerra se está perdiendo.
No hay que llamarse a ilusiones. Hasta en Colombia, donde la liquidación de los grandes carteles de Pablo Escobar, Rodríguez Orejuela y otros, puede proyectar la imagen de una batalla ganada, en realidad no es así. La desaparición de los grandes ha dado lugar a una suerte de "democratización" de la producción y la distribución, ahora en manos de decenas y decenas de "cartelitos" que continúan haciendo de nuestro vecino uno de los epicentros del super lucrativo negocio del narcotráfico.
La tragedia que vive México hoy debería convocar a la humanidad entera a un esfuerzo conjunto y articulado entre todos los países, porque ninguno, aislado y dentro de sus propias fronteras, puede ganar esa guerra.El gran tema en la agenda de una conferencia de ese jaez tendría que ser el de la despenalización del consumo, como un camino decisivo hacia la liquidación del entramado criminal que se ha construido en torno al atroz negocio.
No es un tema fácil de abordar. Existen demasiados intereses creados en torno a este, incluyendo hasta los de algunos gobiernos y los de algunos gigantes multinacionales aparentemente respetables. Se mueve muchísimo dinero en ese business y, además, existe una muy poderosa óptica moralista, tal vez sincera en gran número de casos, que considera como crimen de lesa humanidad la legalización del consumo.
Pero no hay alternativa, que no sea la despenalización del consumo, a esa guerra sin futuro, en la cual el dinero de la droga ha capilarizado incluso a las instituciones policiales que supuestamente deben combatirlo y que llena de víctimas al mundo entero. Con porciones minúsculas del gasto policial y militar empleado en ese combate infructuoso se puede tratar como asunto de salud pública el de la adicción, mientras que eliminada la prohibición desaparece el mayor incentivo para el negocio, que es el riesgo y con este la existencia de las mafias criminales dedicadas a afrontarlo, para hacer llegar el producto a sus mercados. Desde luego que el asunto presenta múltiples aristas, imposibles de tratar en un texto breve, pero lo esencial de una nueva y audaz política antinarcotráfico, debería comenzar con un acuerdo mundial para despenalizar el consumo y con éste esa horrible violencia cuya peor expresión no es tanto la de las grandes mafias sino la que tiene como protagonistas a las miles de pandillas y "maras" de jóvenes humildes sin futuro, que han hecho de las barriadas populares verdaderos feudos donde la vida no vale nada.
Así como el del cambio climático que, en el largo plazo, amenaza hasta la supervivencia de la especie humana, y ya ha provocado conferencias y encuentros mundiales para discutir la manera más eficiente de hacerle frente, el del narcotráfico, en el corto plazo, es probablemente la peor plaga de las que se abaten sobre el planeta, y exige ya un tratamiento multilateral y la implementación audaz de alternativas a la pura "solución" policial y/o militar, que se ha revelado totalmente ineficaz. Esa guerra se está perdiendo.
No hay que llamarse a ilusiones. Hasta en Colombia, donde la liquidación de los grandes carteles de Pablo Escobar, Rodríguez Orejuela y otros, puede proyectar la imagen de una batalla ganada, en realidad no es así. La desaparición de los grandes ha dado lugar a una suerte de "democratización" de la producción y la distribución, ahora en manos de decenas y decenas de "cartelitos" que continúan haciendo de nuestro vecino uno de los epicentros del super lucrativo negocio del narcotráfico.
La tragedia que vive México hoy debería convocar a la humanidad entera a un esfuerzo conjunto y articulado entre todos los países, porque ninguno, aislado y dentro de sus propias fronteras, puede ganar esa guerra.El gran tema en la agenda de una conferencia de ese jaez tendría que ser el de la despenalización del consumo, como un camino decisivo hacia la liquidación del entramado criminal que se ha construido en torno al atroz negocio.
No es un tema fácil de abordar. Existen demasiados intereses creados en torno a este, incluyendo hasta los de algunos gobiernos y los de algunos gigantes multinacionales aparentemente respetables. Se mueve muchísimo dinero en ese business y, además, existe una muy poderosa óptica moralista, tal vez sincera en gran número de casos, que considera como crimen de lesa humanidad la legalización del consumo.
Pero no hay alternativa, que no sea la despenalización del consumo, a esa guerra sin futuro, en la cual el dinero de la droga ha capilarizado incluso a las instituciones policiales que supuestamente deben combatirlo y que llena de víctimas al mundo entero. Con porciones minúsculas del gasto policial y militar empleado en ese combate infructuoso se puede tratar como asunto de salud pública el de la adicción, mientras que eliminada la prohibición desaparece el mayor incentivo para el negocio, que es el riesgo y con este la existencia de las mafias criminales dedicadas a afrontarlo, para hacer llegar el producto a sus mercados. Desde luego que el asunto presenta múltiples aristas, imposibles de tratar en un texto breve, pero lo esencial de una nueva y audaz política antinarcotráfico, debería comenzar con un acuerdo mundial para despenalizar el consumo y con éste esa horrible violencia cuya peor expresión no es tanto la de las grandes mafias sino la que tiene como protagonistas a las miles de pandillas y "maras" de jóvenes humildes sin futuro, que han hecho de las barriadas populares verdaderos feudos donde la vida no vale nada.
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