Las sanciones impuestas por el gobierno de Estados Unidos a Pdvsa con el pretexto de que ésta "envió (a Irán) al menos dos despachos de compuestos para gasolina entre diciembre de 2010 y marzo de 2011, valorados aproximadamente en 50 millones de dólares", constituyen un acto típico de esa arrogancia imperial de la cual tanto trabajo les cuesta a los gringos desprenderse.
Se inscribe esa acción dentro del marco de concepciones que dieran origen a leyes, por ejemplo, como la Helms-Burton y la Torricelli, promulgadas en su época para adelantar el ya visiblemente inefectivo bloqueo a Cuba, y de las cuales los gobiernos norteamericanos han pretendido siempre que fuesen acatadas por todos los países del mundo, como si éstos estuvieran obligados a hacer suyas leyes norteamericanas. Como es lógico, prácticamente ningún país, ni siquiera aquéllos europeos estrechamente aliados de EEUU, se han ajustado a esa pretensión, por obvias razones de soberanía. De hecho, ni siquiera empresas norteamericanas cumplen con las leyes Helms-Burton y Torricelli, y hoy día, irónicamente, Estados Unidos es el principal socio comercial de Cuba.
En el caso de la sanción contra Pdvsa estamos ante una situación análoga.
Aunque en el plano concreto la sanción es literalmente inocua, puesto que no tiene consecuencias prácticas y, en el fondo, no pasa de ser una mera advertencia, el vocero del Departamento de Estado se permitió aseverar que "al imponer estas sanciones estamos enviando un mensaje claro a las empresas de todo el mundo", con lo cual deja asentado que se trata de una advertencia a todo el orbe de que su país no vacilaría en continuar actuando, cada vez que así le plazca, de modo unilateral, incluso al margen de Naciones Unidas, cuya resolución contra la intervención militar en Irak, por ejemplo, también, fue olímpicamente desacatada por el gobierno de Bush o como en el caso del protocolo de Kyoto, que distintos gobiernos norteamericanos se han negado a suscribir. Dentro del marco multilateral y del debate cualquier cosa, aun aquélla que pudiera ser considerada como injusta, es admisible, pero el unilateralismo de gran potencia es completamente inaceptable.
No compartimos para nada la alianza política que el gobierno nacional mantiene con el de Irán y nuestro rechazo a sanciones que, en definitiva, no son nada, no significa, en modo alguno, un aval a esas relaciones turbias que existen entre ambos gobiernos, que van bastante más allá de los normales vínculos diplomáticos entre países, así como tampoco ignoramos la aprensión que el mundo entero comparte por la posibilidad de que la ultrarreaccionaria teocracia iraní pueda dotarse del arma atómica, pero no es posible admitir como válidas políticas de hegemonía de gran potencia, de las cuales el gobierno de EEUU espera universal acatamiento. Menos aún cuando, vistas ya desde la perspectiva puramente venezolana, constituyen música celestial para los oídos de un Chávez que recibe este inesperado regalo gringo, que le permite refaccionar un poco su ya tan maltrecha imagen internacional y, sobre todo, encontrar refugio en la siempre rentable guarimba patriotera.
Se inscribe esa acción dentro del marco de concepciones que dieran origen a leyes, por ejemplo, como la Helms-Burton y la Torricelli, promulgadas en su época para adelantar el ya visiblemente inefectivo bloqueo a Cuba, y de las cuales los gobiernos norteamericanos han pretendido siempre que fuesen acatadas por todos los países del mundo, como si éstos estuvieran obligados a hacer suyas leyes norteamericanas. Como es lógico, prácticamente ningún país, ni siquiera aquéllos europeos estrechamente aliados de EEUU, se han ajustado a esa pretensión, por obvias razones de soberanía. De hecho, ni siquiera empresas norteamericanas cumplen con las leyes Helms-Burton y Torricelli, y hoy día, irónicamente, Estados Unidos es el principal socio comercial de Cuba.
En el caso de la sanción contra Pdvsa estamos ante una situación análoga.
Aunque en el plano concreto la sanción es literalmente inocua, puesto que no tiene consecuencias prácticas y, en el fondo, no pasa de ser una mera advertencia, el vocero del Departamento de Estado se permitió aseverar que "al imponer estas sanciones estamos enviando un mensaje claro a las empresas de todo el mundo", con lo cual deja asentado que se trata de una advertencia a todo el orbe de que su país no vacilaría en continuar actuando, cada vez que así le plazca, de modo unilateral, incluso al margen de Naciones Unidas, cuya resolución contra la intervención militar en Irak, por ejemplo, también, fue olímpicamente desacatada por el gobierno de Bush o como en el caso del protocolo de Kyoto, que distintos gobiernos norteamericanos se han negado a suscribir. Dentro del marco multilateral y del debate cualquier cosa, aun aquélla que pudiera ser considerada como injusta, es admisible, pero el unilateralismo de gran potencia es completamente inaceptable.
No compartimos para nada la alianza política que el gobierno nacional mantiene con el de Irán y nuestro rechazo a sanciones que, en definitiva, no son nada, no significa, en modo alguno, un aval a esas relaciones turbias que existen entre ambos gobiernos, que van bastante más allá de los normales vínculos diplomáticos entre países, así como tampoco ignoramos la aprensión que el mundo entero comparte por la posibilidad de que la ultrarreaccionaria teocracia iraní pueda dotarse del arma atómica, pero no es posible admitir como válidas políticas de hegemonía de gran potencia, de las cuales el gobierno de EEUU espera universal acatamiento. Menos aún cuando, vistas ya desde la perspectiva puramente venezolana, constituyen música celestial para los oídos de un Chávez que recibe este inesperado regalo gringo, que le permite refaccionar un poco su ya tan maltrecha imagen internacional y, sobre todo, encontrar refugio en la siempre rentable guarimba patriotera.
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