Lo que ha hecho el gobierno de Estados Unidos con la Unesco, al suprimir su contribución para el financiamiento de la institución, constituye una muy cuestionable muestra de arrogancia y prepotencia pero sobre todo de inmoralidad. Además, implica una fractura democrática.
Simón Boccanegra/TalCualDigital
La Unesco aprobó, por votación casi unánime de sus 140 y pico de miembros, excepto los de Estados Unidos e Israel, dar status de observador en el organismo a la autoridad palestina; ni siquiera de miembro pleno.
Esto enfureció al gobierno gringo y apeló, ya está dicho, al chantaje más obsceno: el de retirar su cuota anual, que como es lógico, es mucho mayor que la de los demás países, abriendo con esto un hueco enorme en el presupuesto de la Unesco. Uno habría esperado algo así de un gobierno como el de Bush, pero del de Obama constituye una verdadera sorpresa.
Una cosa es tener una determinada posición política sobre el conflicto palestinoisraelí, cosa a lo cual Estados Unidos, como cualquier otro país, tiene perfecto derecho, y otra muy distinta es tratar de imponer esa posición al resto del mundo, por muy prominente que sea su rol en ese escenario. Es lo que significa la supresión de su cuota.
Con una inexplicable falta de sentido democrático, el gobierno de Estados Unidos, al perder la votación, en lugar de reconocer la voluntad de la mayoría, que incluía, por cierto, a todos los países europeos, reaccionó casi infantilmente, desconociéndola y retirándose en la práctica de la organización.
En esta nota no estamos entrando en el fondo del problema palestino-israelí, que es otra discusión, sino destacando ese peculiar sentido de la democracia, que consiste en hacer de ella una máscara, que oculta un fondo de verdadera hipocresía. Ser demócrata cuando las cosas se ajustan a mi visión de las cosas es muy fácil.
La verdadera democracia se mide cuando debo acatar una decisión mayoritaria que no comparto. En este examen el gobierno de Obama salió raspado.
Simón Boccanegra/TalCualDigital
La Unesco aprobó, por votación casi unánime de sus 140 y pico de miembros, excepto los de Estados Unidos e Israel, dar status de observador en el organismo a la autoridad palestina; ni siquiera de miembro pleno.
Esto enfureció al gobierno gringo y apeló, ya está dicho, al chantaje más obsceno: el de retirar su cuota anual, que como es lógico, es mucho mayor que la de los demás países, abriendo con esto un hueco enorme en el presupuesto de la Unesco. Uno habría esperado algo así de un gobierno como el de Bush, pero del de Obama constituye una verdadera sorpresa.
Una cosa es tener una determinada posición política sobre el conflicto palestinoisraelí, cosa a lo cual Estados Unidos, como cualquier otro país, tiene perfecto derecho, y otra muy distinta es tratar de imponer esa posición al resto del mundo, por muy prominente que sea su rol en ese escenario. Es lo que significa la supresión de su cuota.
Con una inexplicable falta de sentido democrático, el gobierno de Estados Unidos, al perder la votación, en lugar de reconocer la voluntad de la mayoría, que incluía, por cierto, a todos los países europeos, reaccionó casi infantilmente, desconociéndola y retirándose en la práctica de la organización.
En esta nota no estamos entrando en el fondo del problema palestino-israelí, que es otra discusión, sino destacando ese peculiar sentido de la democracia, que consiste en hacer de ella una máscara, que oculta un fondo de verdadera hipocresía. Ser demócrata cuando las cosas se ajustan a mi visión de las cosas es muy fácil.
La verdadera democracia se mide cuando debo acatar una decisión mayoritaria que no comparto. En este examen el gobierno de Obama salió raspado.
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