Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Sin ninguna duda la unidad lograda por las fuerzas opositoras es una loable proeza política. Superar las definiciones ideológicas, los espíritus de partido y hasta de grupúsculo, las heridas de otros días, los odios mellizales, los codazos y zancadillas, el deseo de liderizar... no es cosa fácil, como lo entiende todo el que haya tenido un mínimo contacto con el quehacer político.
De manera que habrá que agradecer a muchos que propiciaron o aceptaron constituir este frente unitario cuyos frutos no pueden ser más tangibles, perfectamente simbolizados en la arrolladora candidatura de Henrique Capriles. No es menos cierto que estos catorce años de horrores, negligencias, rapiña y delirios ideológicos han sido el mayor cohesionador de esa diversidad.
Este cajón de sastre ideológico, donde reina el disparate y la incoherencia, a contravía del planeta entero, salvo dos o tres monstruosidades que quedan por ahí y cuyas realidades poco o nada tienen que ver con sus proclamas, ha sido capital para encontrar el admirable consenso opositor.
Nada más lejano a nosotros que adherirnos a la cacareada tesis de la muerte de las ideologías, si el hombre no quiere convertirse en un adminículo de la máquina tecnocrática, y manejar valores e ideales tiene que postular fines, puertos de llegada deseables, pensarse.
Pero ante el desastre, la casa en llamas, el río desbordado, la tierra que tiembla, en que andamos, nos tememos que tales idealidades necesarias pasan a ser tareas para futuros debates y que el mandato inmediato por hacer, por un buen tiempo, es aplicar inevitables terapias sanadoras o, dicho en otras palabras, tratar de volver al paciente a una básica estabilidad, a restituirle sus mínimos signos vitales.
También eso ha sido una puerta franca para el proceso unitario. Pocas veces se ha reunido tanta inteligencia nacional como la que se congregó para hacer el programa de gobierno de Capriles y de verdad es ejemplar, un magnífico mapa para la travesía futura. Pero, si a ver vamos, las premisas que lo inspiran eran ya casi ideas consensuales entre los venezolanos demócratas.
Por ejemplo que es suicida seguir viviendo de la teta petrolera, por abundosa que sea, y que debemos propiciar la inversión diversificada y crear empleos de calidad.
O que no habrá democracia sin separación de poderes, que la justicia no se puede impartir en ese aquelarre de los viernes del que hablaba el magistrado Aponte o la Asamblea no debe seguir siendo un circo de alzamanos sin conciencia.
O que Cuba, ciertamente, no es el mar de la felicidad, como lo saben los mismos revolucionarios castristas que andan desesperadamente en busca de aguas más benévolas. O que no debemos tener tantas amistades indeseables en el planeta.
Por decir algunas evidencias. Uno podría afirmar que de lo que se trata a partir del próximo enero es de poner de pie lo que el chavismo puso patas arriba, que es casi todo.
En pocas palabras, aplicar el sentido común, la sensatez, los controles, la eficacia. Y es eso lo que hace imparable la candidatura de Capriles, su sano razonamiento, su eficiencia probada, su disposición a no cogerse el país para sus caprichos y sus baratijas megalómanas sino ser un servidor moderado y constructivo.
En definitiva, y para comenzar, se trata de salir de la locura
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