Por: Teodoro Petkoff/TalCual
Cuando Clinton fue candidato la primera vez, colocó sobre su escritorio un cartel con la frase "¡La economía, estúpido!"
En verdad, nunca quedó claro si se dirigía a su rival republicano o a sí mismo, como un recordatorio sobre la centralidad del tema económico en aquellos tiempos y que, en consecuencia, debía serlo en su campaña. A Chacumbele le cabe una advertencia semejante.
La autocomplacencia de Giordani y Chávez con sus políticas no les permite distinguir los espesos nubarrones que se acumulan sobre la economía del país, ya suficientemente agobiado por la todavía muy alta inflación que lo aflige y por el millón largo de gente sin trabajo. De los desempleados, una buena parte proviene de la destrucción del sector manufacturero, esto es, el industrial (grande, mediano y pequeño).
En 1998, el sector manufacturero formal constituía el 17,4% del total de la economía; hoy, su peso en el conjunto ha descendido al 14,2%, al revés de toda América Latina. Conindustria asegura que la mitad de las empresas manufactureras del país ha cerrado sus portones en este lapso; de 14.000 mil establecimientos industriales que existían para 1998, hoy sobrevive un poco menos de la mitad.
Ha sido una verdadera masacre, provocada por un conjunto de factores, derivados todos de las políticas económicas manejadas por Chávez y su ministro Giordani. Inseguridad jurídica, controles de cambio y de precios, dificultades para obtener las divisas, son algunas de ellas. Entre ellas sobresale el control de cambios. La razón es obvia.
El dólar a 4,30 es tan barato que favorece de manera desmedida las importaciones y crea dificultades a la producción nacional. Aquí es muy difícil producir y exportar; en cambio, es una mantequilla importar.
De un año para otro, en este periodo, la manufactura ha crecido a un ritmo de 1,6% en tanto que el comercio lo ha hecho en 3,9%. De hecho, no pocos industriales cierran sus fábricas para transformarse en importadores. Es mucho mejor negocio.
Las importaciones son las que atienden la mayor parte del crecimiento de la demanda determinado por el brutal e irresponsable incremento del gasto público. Para el cierre de este año, el total de importaciones llegará a 50 o 52 mil millones de dólares. Contra eso no hay industria nacional que pueda competir. Importamos por ese monto pero apenas exportamos un poco más de 3.000 mil millones, sin contar el petróleo.
Es lo que exportábamos en 1965: un retroceso bárbaro. El problema es que, por increíble que parezca, la actual cosecha de dólares ya no alcanza para mantener el ritmo del gasto público, de manera que el gobierno completa su dispendio con un enorme endeudamiento, que también va al gasto corriente, esto es, improductivo.
Es terrible lo que ocurre, porque no existe la más mínima previsión sobre el futuro. Este largo período de altos precios del petróleo no ha sido aprovechado en lo más mínimo para estimular el desarrollo de alternativas económicas a las exportaciones petroleras, en particular las de carácter industrial.
Estos han sido años perdidos, por mucho que la magnitud del gasto público disimule sus efectos negativos.
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