Por: Fernando Rodríguez/TalCual
La mejor prueba de que estamos cerca de una solución puntual al kafkiano dilema que vivimos y, de paso, el mayor mentís a las demagógicas especies que vende el gobierno sobre la recuperación paulatina y el ejercicio del mando del enfermo Presidente, es que estamos ya en una abierta campaña electoral para sustituirlo.
Lo de Maduro no tiene vuelta, basta verlo dando brincos de aquí para allá en cuanta inauguración chucuta se le pone a tiro, en cualquier acto ritual por la recuperación de la salud de Chávez o haciendo cadenas cada vez que le viene en gana como manda la torturante tradición instalada. Amén de su estilo polarizador inclemente, como manda la estrategia electoral populista, profiriendo los más extravagantes insultos y amenazas y ejecutando las más descabelladas acciones contra la oposición, como la imputación de Leopoldo López o los renovados ensañamientos contra los presos políticos. Lágrimas de un día y el otro ansias de poder desfachatadamente voraces.
Por su parte, Henrique Capriles se dejó de formalismos y ya aclaró que va por su tercera victoria contra un vicepresidente y va a recorrer el país para movilizarlo y organizarlo. Eso dice más, porque es el verdadero cobre que está por batir, que las elucubraciones oncológicas del ABC o los tartamudos partes del doctor Villegas.
A nosotros nos parece bien esa dosis de veracidad en medio de tanta incertidumbre y apoteosis del pensamiento mágico en que vivimos. Y desde el punto de vista opositor pareciera ser la mejor manera de movilizar su caudal político en momentos de una inquietante inmovilidad y depresión. Actitud que hay que vencer a toda costa para que recupere sus reales potencialidades políticas, que son muchas. A eso queremos referirnos.
Capriles sacó en las pasadas elecciones presidenciales más del 45% de los votos, es decir, quedó a escasos puntos de la mayoría absoluta. Pero contra Chávez, cierto que un Chávez limitado por su salud, pero sobre el cual ya se había puesto el manto muy diestramente manejado de la congoja por su mal, la llamada operación lástima. Capriles demostró, reconocida hasta por el propio Chávez, una capacidad de convocatoria popular nunca vista en el movimiento opositor, liderazgo sólido y sorprendente. Sin duda la derrota, relativa a todas luces, ha debido afectar en algo su popularidad, en especial y paradójicamente por las enormes expectativas que despertó hasta última hora. Pero no es un dato menor para medir su pegada política el que posteriormente haya triunfado en Miranda, sobre un candidato del más alto nivel burocrático y donde le gobierno se jugó el resto, dado el carácter altamente simbólico de esa justa. Preguntémonos, simplemente, por las posibilidades muy tangibles que puede tener ahora sin enfrentar a Chávez, con un contendor torpe y descangallado, que dista sobremanera del innegable carisma del Único.
Pero recordemos también que el país de octubre estaba intoxicado de billetes y que el de hoy, entre otras cosas producto de ese insensato derroche, sufre de males muy tangibles y crecientes. Una indetenible inflación acelerada por la devaluación y una enervante escasez que acaba de ser tildada por un distinguido experto como propia de un país en guerra. Además de la navegación acéfala que produce cualquier desmadre, desde apagones mayúsculos hasta el absurdo y mendaz manejo, para todos los ciudadanos, de un Presidente invisible y un desbarajuste constitucional.
A la depresión suelen suceder períodos de euforia, dicen, eso debería venir si logramos reiniciar el camino recto, que nunca ha dejado de estar ahí.
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