A propósito de la renuncia de Henri Falcón al PSUV. Para empezar no se trata de una simple dimisión. Se trata del deslinde inicial de lo que ha de ser la fractura definitiva de una alianza pseudo revolucionaria. Digamos que se cayeron las máscaras, que la posición de Falcón es parte de una octavita de carnaval que no concluyó el 11 de abril de 2002. Hace varios años bautizamos con el título de Chavismo sin Chávez un proyecto que consistía en imponer un Gobierno de transición con la condición de imbuirlo de una buena dosis del carácter social que Chávez ha querido darle a su mandato, pero sin la lucha de clases que lo acompaña. La dirigencia del PPT siempre acarició la idea de un modelo de Gobierno laborista que contara con el apoyo del empresariado criollo. Por eso su decisión de asumir la tesis del Chavismo sin Chávez. De allí de trazar una estrategia que le hiciera aparecer como un partido aliado al Gobierno revolucionario, hasta tanto se lograra la remoción de Chávez. Al mismo tiempo se manejaba la idea de un aliado con criterio de autonomía plena. Por eso el PPT nunca quiso asimilarse al partido único que propuso Chávez. Para evitar entrar en discrepancias con el jefe del Estado, los laboristas acordaron y promovieron el éxodo de varios de sus más connotados dirigentes, primero al MVR y después al PSUV. De esa manera se “fueron”, entre otros: Roy Daza, Alí Rodríguez, María Cristina Iglesias, Farruco Sesto, Aristóbulo Istúriz, Rodolfo Sanz, Jacqueline Farías, Julio Montes, Ronald Blanco, Eduardo Álvarez, Alejandro Hitcher, Ana Elisa Osorio, Bernardo Álvarez y Alberto Müller Rojas. Ese “desgarre” simulado encajaba en la tesis de la quinta columna que en el pasado les dio tanto éxito a los fascistas españoles. Los laboristas se han adaptado a las condiciones políticas del momento. Ellos aparecen como una organización de masas cuando en realidad se trata de un partido de cuadros guiado por los dogmas de su preceptor Alfredo Maneiro, un marxista neoliberal para quien no existían los prejuicios si se trataba de la toma del poder. Así llegó Maneiro a proponer la candidatura presidencial de un hombre de ultraderecha como lo fue Jorge Olavarría. Esa conducta ideológica poco diáfana ha hecho posible que el propio Chávez no alcance a visualizar si los azules representan o no un factor desestabilizador. Cuando nos tocó desentrañar la tesis que denominamos “Chavismo sin Chávez” fuimos el blanco de una campaña de descrédito donde se trató de identificarnos con la CIA, además de los procesos judiciales que se nos siguieron. La candidatura presidencial de Eduardo Manuitt (manejada en el seno de los laboristas por ese alumno de Luis Alfaro Ucero que en política ha resultado José Albornoz) se desinfló cuando Manuitt se declaró perseguido político y buscó refugio en Costa Rica, precisamente cuando la FGR se proponía imputarlo. Su salida obligó a los azules a pensar en otros gobernadores descontentos. En ese contexto se decide captar a Henri Falcón, a quien ven como el candidato con mayor fuerza para enfrentarlo a Chávez en los comicios de 2012, así como la figura de un eventual Gobierno de transición si estas elecciones no llegaran a celebrarse. En tal sentido los asesores de imagen le aconsejan a Falcón adoptar las poses de un Chávez conciliador. Se trata de vender un proyecto de “izquierda” sin plantearse la lucha de clases. En estos últimos años, esta corriente política ha captado a importantes industriales distanciados del Gobierno. Muy cerca también están los banqueros que le hacen la corte a Miraflores. El proyecto Chavismo sin Chávez no es visto con buenos ojos en la oposición tradicional porque a sus dirigentes no se les garantiza que no serían relegados a la hora de las definiciones. Paradójicamente, la tesis de la transición tiene su mejor aliado en el propio Chávez cuando no admite los errores cometidos durante su gestión y por lo contrario, se empeña en repetirlos casi a discreción. Chávez les tiende la alfombra a sus enemigos y les facilita su ascensión al poder. De imponerse, el Chavismo sin Chávez contará con el apoyo de La Habana, porque los laboristas han logrado enraizar su influencia en Cuba. Allá, “curiosamente”, con la excepción de Adán Chávez, todos los embajadores del Gobierno revolucionario son miembros de la dirigencia azul: Julio Montes, Alí Rodríguez y Ronald Blanco. La tesis de la moderación también cuenta con la anuencia de Washington porque Bernardo Álvarez ha trabajado para que así sea. Irónicamente, Chávez ha alentado la ambición de Henri Falcón, porque piensa que se repetirán los resultados del escenario electoral de julio de 2000. Por lo pronto, la política comunicacional del gobernador de Lara está bajo la responsabilidad de uno de los hermanos Villegas. El escenario inmediato lo constituye la elección parlamentaria. El camino para Chávez se hace cuesta arriba. Entretanto, los designados de la transición necesitan definir cuál será su estrategia para ese evento. El partido azul deshoja la margarita. Está claro que no seguirá la ruta de Podemos porque esa fórmula no pudo liderar a la oposición tradicional. Si los laboristas terminan convencidos de que ejerciendo su propia oposición tienen la fuerza suficiente para quitarle al Gobierno la supremacía en la AN, téngalo por seguro que será cuestión de días para que ellos rompan su alianza con el Gobierno revolucionario, si es que el propio Chávez no asume la iniciativa de echarlos de su federación de partidos. En cualquiera de los dos escenarios se sabrá si el Gobierno queda atrapado entre los dos fuegos que se esperan de la quinta columna auspiciada por quienes siendo dirigentes fundamentales de la tolda azul ingresaron al PSUV con ese propósito. No obstante, para los opositores sería un error de consecuencias incalculables desdeñar el olfato político de Chávez. Ciertamente, el jefe del Estado se encuentra enredado en una telaraña que él mismo contribuyó a urdir. La intemperancia, la prepotencia, ambas sumadas a una incompetencia inusual en las políticas del Estado, se constituyen en las armas con las que un caballo de Troya se alista para presentarlas como la justificación para darle vacaciones al sistema. Vienen tiempos de serias confrontaciones. Chávez sabe que una AN contraria se propone como primera tarea enjuiciarlo. Entiende que desconocer una nueva correlación de fuerzas en la AN podría tentarlo a dar un fujimorazo, que tendrá para él consecuencias catastróficas. Por ahora, maneja la tesis de convocar una Constituyente, pero ahora las condiciones políticas ni siquiera se asemejan a las de 1999. Vienen los reacomodos y el de Henri Falcón es sólo uno de los tantos que se alistan a desertar del Gobierno revolucionario. Las voces que hablan de traición serán cada vez menos, todo porque el proceso de desconocimiento de la revolución, que no pudo desarrollarse por la impaciencia de Pedro Carmona y los suyos aquel 11 de abril de 2002, casi a la sombra volvió a tomar fuerza. Acá vale la teoría del dominó.
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