350 damnificados viven en el museo Alejandro Otero desde el 5 de enero y no les han presentado soluciones habitacionales Estarían en el museo durante tres meses, período que se extendió por un año
Por: Yohana Silvera/TalCualDigital
No hay respuestas. Nadie tiene fechas ni cifras. Sólo horarios y preguntas, incertidumbres y disconformidades. Recuerdan el día que llegaron al Museo Alejandro Otero, el 5 de diciembre a las 3:00 am y se instalaron en colchonetas que ya están desgastadas. Con una certeza en la mente, la de no tener un techo y con esperanzas que ya están desgastadas también, relatan qué se siente vivir en un museo. Al principio no asaltan lamentos. "Aquí como bien, no tengo de qué quejarme", dice uno. "Todo está bien, dormimos en seis salas, casi sesenta personas en cada una. De la limpieza de los baños y la preparación de las comidas nos encargamos nosotros mismos", explica otro.
De pronto alguien manifiesta: "¡qué bueno que vinieron! Nadie se ha acercado a ver cómo estamos viviendo. El 24 de diciembre vino la ministra Jennifer Gil, trajo unos regalos para los niños y se fue rápido. No pudimos hablar con ella, ni presentarle ningún reclamo. Nada".El norte de este centenar de familias es encontrar una vivienda. "Queremos un lugar donde vivir", es la respuesta a la única solución que aspiran.
UN BOLETO A LA CALLE
Sin embargo, una joven se acerca y manifiesta la oportunidad de explicar lo que sucede "allá adentro". "Están aplicando medidas de presión para que la gente se obstine y se vaya. Muchos han dejado su carnet y se han ido", insistió un padre de familia con preocupación. Este joven tiene un hijo, su suegra tiene cuatro.
Esos niños forman parte de los más de cien infantes que viven allí, que tienen permiso pleno de jugar los fines de semana en la plaza que está frente al Museo.
Allí corretean, abrazan a un Narváez, vuelan por los aires como súper héroes sujetándose de los círculos de acero inoxidable de una escultura de Pedro Vargas, que forman el Cromoespectro que adorna la fachada de la institución.
Ellos también se convierten en titanes cuando tienen que asistir a clases. Se quedaron esperando que un transporte llegara por ellos en las mañanas, para que los trasladaran del Complejo Cultural de La Rinconada hasta Antímano, cerca del lugar donde crecieron, donde todo fue demolido para que no regresaran.
SIN IDENTIFICACIÓN
De las 350 personas que llegaron hace 45 días, ya nadie sabe cuántas quedan. "Nosotros no nos vamos porque no tenemos a dónde ir", afirma una mujer que no tiene casa ni identidad.
Muchos están a la espera de un plan de cedulación. Otra promesa más. Perdieron todos sus documentos, son extranjeros o nunca tuvieron papeles que les dieran un nombre y un país.
Para ellos hay limitaciones a la hora de reclamar, exigir, pedir y buscar los que otros gozan por derecho. No tienen la indemnización mensual de 1 mil 200 bolívares, tampoco son parte del censo que les permitirá, quién sabe cuando, recibir una respuesta sobre una futura vivienda. Otros no están en el registro porque llegaron tarde el día que lo hicieron.
Hay quienes además se quedaron sin recibir ropa o sin uniformes para sus hijos, en este caso no van al colegio y acompañan a sus madres a lavar la ropa a mano en Las Cafeteras Café. Desde los muros y cercas del edificio se puede ver que el lugar de tertulias, poetas y músicos está lleno de pantalones que duran días en secarse y de poncheras donde se lavan ollas y atavíos.
SEGURIDAD AL MÁXIMO
Esas familias desconocen lo que pendía de las paredes del Museo Alejandro Otero, inaugurado en 1990. Su colección, hasta 2004, contaba con obras y documentos del propio Otero, así como de los artistas plásticos venezolanos más importantes de la primera mitad del siglo XX. Ahora esas obras están en seis bóvedas, que desde la llegada de los damnificados han sido reforzadas.
"Las labores del Museo están detenidas. Siguen las faenas educativas, como El MAO en la comunidad , además de las actividades logísticas", explicó uno de los trabajadores.
Para él, que mantiene la fe en que abrirán las puertas al público, esta es una oportunidad de reencaminar la relación de la cultura con la sociedad. Parte del mundo artístico lo considera una muestra más de improvisación gubernamental. Para el ministro de Cultura es una obra de arte y para quienes lo perdieron todo, sólo significa dormir en hacinamiento, encerrados y sin aire acondicionado, (un requisito esencial para el mantenimiento de las obras). "No te imaginas el calor que hace. Eso allá adentro es un infierno", dijo uno de los habitantes.
Por: Yohana Silvera/TalCualDigital
No hay respuestas. Nadie tiene fechas ni cifras. Sólo horarios y preguntas, incertidumbres y disconformidades. Recuerdan el día que llegaron al Museo Alejandro Otero, el 5 de diciembre a las 3:00 am y se instalaron en colchonetas que ya están desgastadas. Con una certeza en la mente, la de no tener un techo y con esperanzas que ya están desgastadas también, relatan qué se siente vivir en un museo. Al principio no asaltan lamentos. "Aquí como bien, no tengo de qué quejarme", dice uno. "Todo está bien, dormimos en seis salas, casi sesenta personas en cada una. De la limpieza de los baños y la preparación de las comidas nos encargamos nosotros mismos", explica otro.
De pronto alguien manifiesta: "¡qué bueno que vinieron! Nadie se ha acercado a ver cómo estamos viviendo. El 24 de diciembre vino la ministra Jennifer Gil, trajo unos regalos para los niños y se fue rápido. No pudimos hablar con ella, ni presentarle ningún reclamo. Nada".El norte de este centenar de familias es encontrar una vivienda. "Queremos un lugar donde vivir", es la respuesta a la única solución que aspiran.
UN BOLETO A LA CALLE
Sin embargo, una joven se acerca y manifiesta la oportunidad de explicar lo que sucede "allá adentro". "Están aplicando medidas de presión para que la gente se obstine y se vaya. Muchos han dejado su carnet y se han ido", insistió un padre de familia con preocupación. Este joven tiene un hijo, su suegra tiene cuatro.
Esos niños forman parte de los más de cien infantes que viven allí, que tienen permiso pleno de jugar los fines de semana en la plaza que está frente al Museo.
Allí corretean, abrazan a un Narváez, vuelan por los aires como súper héroes sujetándose de los círculos de acero inoxidable de una escultura de Pedro Vargas, que forman el Cromoespectro que adorna la fachada de la institución.
Ellos también se convierten en titanes cuando tienen que asistir a clases. Se quedaron esperando que un transporte llegara por ellos en las mañanas, para que los trasladaran del Complejo Cultural de La Rinconada hasta Antímano, cerca del lugar donde crecieron, donde todo fue demolido para que no regresaran.
SIN IDENTIFICACIÓN
De las 350 personas que llegaron hace 45 días, ya nadie sabe cuántas quedan. "Nosotros no nos vamos porque no tenemos a dónde ir", afirma una mujer que no tiene casa ni identidad.
Muchos están a la espera de un plan de cedulación. Otra promesa más. Perdieron todos sus documentos, son extranjeros o nunca tuvieron papeles que les dieran un nombre y un país.
Para ellos hay limitaciones a la hora de reclamar, exigir, pedir y buscar los que otros gozan por derecho. No tienen la indemnización mensual de 1 mil 200 bolívares, tampoco son parte del censo que les permitirá, quién sabe cuando, recibir una respuesta sobre una futura vivienda. Otros no están en el registro porque llegaron tarde el día que lo hicieron.
Hay quienes además se quedaron sin recibir ropa o sin uniformes para sus hijos, en este caso no van al colegio y acompañan a sus madres a lavar la ropa a mano en Las Cafeteras Café. Desde los muros y cercas del edificio se puede ver que el lugar de tertulias, poetas y músicos está lleno de pantalones que duran días en secarse y de poncheras donde se lavan ollas y atavíos.
SEGURIDAD AL MÁXIMO
Esas familias desconocen lo que pendía de las paredes del Museo Alejandro Otero, inaugurado en 1990. Su colección, hasta 2004, contaba con obras y documentos del propio Otero, así como de los artistas plásticos venezolanos más importantes de la primera mitad del siglo XX. Ahora esas obras están en seis bóvedas, que desde la llegada de los damnificados han sido reforzadas.
"Las labores del Museo están detenidas. Siguen las faenas educativas, como El MAO en la comunidad , además de las actividades logísticas", explicó uno de los trabajadores.
Para él, que mantiene la fe en que abrirán las puertas al público, esta es una oportunidad de reencaminar la relación de la cultura con la sociedad. Parte del mundo artístico lo considera una muestra más de improvisación gubernamental. Para el ministro de Cultura es una obra de arte y para quienes lo perdieron todo, sólo significa dormir en hacinamiento, encerrados y sin aire acondicionado, (un requisito esencial para el mantenimiento de las obras). "No te imaginas el calor que hace. Eso allá adentro es un infierno", dijo uno de los habitantes.
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