Un nuevo Helicoide, otra Torre de David, un rancho gigante, un barrio. Lo que el presidente Chávez llamó en diciembre de 2008 el "monstruo del capitalismo" hoy es un submundo que deja en sus alrededores secuelas desagradables.
Para muchos vecinos, desde que el Sambil Candelaria se convirtió en refugio la zona muestra su peor cara. No son solo los lavaderos y tendederos de ropa al aire libre, son los escándalos a altas horas de la noche, el ruido de las santamarías que dan acceso al albergue (abriéndose y cerrándose a cualquier hora) y a veces hasta el sonido de balas lo que impide a Doris Noguera y a todos los que viven cerca del segundo refugio más grande de la ciudad conciliar el sueño.
Cuando se cuestionaba la existencia allí de un centro comercial se hablaba del caos vial que iba a generar. Ahora los camiones (de uso oficial) que traen comida, mercancía seca o literas se montan hasta en las aceras a cualquier hora del día y de la noche, comenta María Isabel Jiménez, quien reside en el edificio Parque Caracas.
Hay días que a la fachada Sur del ex Sambil llegan hasta 40 camiones con sus consecuencias nefastas sobre el tránsito.
"Ya son parte del paisaje. Cuando no hay gandolas, hay camiones 350, o containers", dice un comerciante.
En ellos no solo vienen insumos para los casi 3 mil damnificados del refugio. La edificación se ha convertido en un gran almacén de mercancía seca. "Aquí se descarga, se almacena y se despacha material para surtir la feria escolar que funciona en el Sambil pero también para abastecer a otros mercados de Caracas y del interior del país", comenta un empleado del lugar que pidió el anonimato. La comunidad nunca imaginó que las mejoras que trajo a Candelaria la construcción del Sambil en cuanto a iluminación y ampliación de vías y aceras terminarían volviéndose en su contra.
Hoy en la ancha calzada muchos habitantes del refugio estacionan sus motos. También allí las reparan y los fines de semana juegan dominó y consumen licor sobre la acera. Luego están los otros damnificados, los que llegaron a la gigantesca edificación mucho antes que los afectados por las lluvias: hasta media docena de indigentes amanecen en las escalinatas de la estructura donde improvisan sus camas de cartón. Los comerciantes que acceden a conversar coinciden con los vecinos en que el refugio es un barrio que se instaló en el corazón de Candelaria.
"Aquí han venido a preguntar si vendemos cavas para guardar las cervezas y los refrescos que algunos damnificados venden dentro del Sambil", dijo un comerciante que pidió no ser identificado. "Con tanta gente en los alrededores nos sentimos más vulnerables. Ya no exhibimos mercancía en la entrada del negocio. Esta tienda y todas las de la zona estuviesen vendiendo el doble si eso fuese un centro comercial", agrega un hombre detrás del mostrador de su local.
A los damnificados se les ve ejerciendo diversos oficios en los alrededores. Algunos lavan carros y otros son parqueros. En el interior del albergue, principalmente las mujeres, laboran en cuatro cooperativas de limpieza dentro del Sambil.
Una damnificada se quejó de que solo hay cubículos construidos en el segundo y quinto piso en el resto tienen privacidad porque han colocado cortinas y cartones. "Yo no he sentido miedo porque están los guardias pero uno trata de no ir en las noches al baño". Magaly Camacho dice que se siente insegura mientras circula por allí pues los habitantes del refugio lanzan basura de los balcones hacia la calle.
Una vez -recuerda- tiraron una lata grande y tuvo que mover con rapidez a su hijo para que no le cayera en la cabeza.
El temor de los vecinos es que el refugio se eternice y los alrededores del Sambil terminen convirtiéndose en una zona todavía más roja.
FOTOS EDSAÚ OLIVARES
DELIA MENESES | EL UNIVERSAL
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