Por: Fernando Rodríguez/TalCualDihital
Ahora que cerramos cuentas del año podríamos decir que América latina ha consolidado cifras económicas loables en la última década que se pueden resumir en un descenso sustantivo de la pobreza y de la pobreza extrema.
No mencionemos, ya que vamos a entrar en las fiestas navideñas, un cierto estancamiento y una probable baja de los precios de las materias primas, primer motor de ese desarrollo, a causa de la crisis mundial, de los grandes compradores de éstas. Verbigracia, los rumores planetarios sobre la desaceleración de los países del Bric.
Tampoco vamos a dar cifras, siempre dilemáticas en este campo, pero digamos que tenemos alrededor de un tercio menos de pobres en la región, siendo significativamente menor la cifra de reducción de la indigencia. Aunque no hay que olvidar que quedan casi doscientos millones de latinoamericanos en la penuria, la mitad de ellos pobres de solemnidad. Pero si pensamos en la década perdida, por ejemplo, podemos tener esperanza y, también, escalofríos.
El caso venezolano no es ajeno a esta disminución de los de abajo.
Pero presenta, como el resto de las naciones de la región, particularidades y éstas, por decir lo menos, son bastante aberrantes. Para empezar, el país ha contado con centenares de miles de millones de dólares por los precios exorbitantes del petróleo, que nuestros vecinos envidian y a veces persiguen con zalamería y en no pocas oportunidades los obtienen del tío rico con ansias delirantes de continentalidad.
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