Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Los destinos son individuales, a no ser sino por lo que decía un filósofo contemporáneo, que nacemos y morimos solos, íngrimos. De manera que necesariamente cada uno invocará sus dioses, sacará sus maletas a la calle, se pondrá sus pantaletas amarillas, se atragantará las doce uvas y se meterá un dólar (no ensaye con pesos cubanos, que están muy devaluadillos) para seducir al destino. A todos nuestros lectores, y a los que no lo son, y hasta a aquellos muchos que nos detestan, ¡qué carajo¡, les deseamos sea benigno y les traiga paz y ventura, ventura y paz.
Pero hay tiempos en que lo colectivo, lo público, cobra tal presencia en nuestras vidas que la salud de todos es un objetivo primordial. El que viene será uno de ellos y en su más rotundo sentido.
No sólo porque en octubre nos jugamos todas las apuestas, sino porque está lleno de incógnitas decisorias, capaces incluso de llevarnos a horizontes muy alejados de las agendas que manejamos tirios y troyanos. Desde los intestinos presidenciales a la violencia macerada en más de un decenio, pasando por la posibilidad de un torneo electoral que se vuelva insoportablemente vicioso. Como por una economía siempre caminando al borde del despeñadero y que puede enloquecer por la presión que quiere convertirla en una máquina de producir votos y no bienes. O la caldera social que acumula y acumula injusticias, arbitrariedades, incapacidades magnas, dolores crecientes y multiplica y arrecia las protestas, como las lluvias que nos azotan.
Además en un mundo en que desde la capa de ozono hasta los mercados financieros andan penando como pocas veces.
Nosotros, y con nosotros tantos, queremos, para ese futuro inmediato, lo que ha terminado por ser un desafío titánico y debería ser algo sencillo y cotidiano como darse las buenas tardes: una democracia decente y una economía realista y racional, un país en pos de leyes, en crecimiento y equidad. Lo que implica, sin lugar a dudas, salir de este gobierno anacrónico, impotente y cruel, monstruoso.
En esa tarea impostergable, ineludible, debemos embarcarnos con los albores de enero. No es tiempo para la deseable búsqueda del derrotero propio sino para defender la ciudad de la barbarie donde los anhelos personales puedan ser concebibles. Algo parecido pasó muchas veces en la historia, también en la nuestra. Y fue el sacrificio de muchos el que venció la tormenta. En verdad no se escoge ni la hora ni las maneras en que la historia nos conmina a bregar, pero sí nos toca elegir las formas de estar presente en ella. Esa es la felicidad que queremos para este año que nos acecha y entusiasma.
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