viernes, 13 de enero de 2012

Así son las cosas/Oscar Yanes viernes 13ene12

Foto: El Nacional
Un galeno a caballo era muy respetable. La mayoría utilizaba el tranvía o el autobús
OSCAR YANES |  EL UNIVERSAL
El jabón del médico
Todos ustedes han oído hablar del doctor Razetti, de Romero Sierra, de Acosta Ortiz, de Ascanio Rodríguez, de José Gregorio Hernández. Venezuela tenía grandes médicos y estos facultativos eran un símbolo de sabiduría para el pueblo, de honestidad y de perseverancia. Nuestros galenos en aquella época, por lo menos hasta los años 30, ejercían la medicina general. Estudiaban todo el cuerpo humano para mantenerse al día y una que otra vez, les llegaban revistas de París y renovaban sus conocimientos. Existían muy pocos especialistas en determinadas áreas del cuerpo; sin embargo, los que había eran muy buenos. Estos médicos eran sabios y estudiosos y penetraban hasta donde lo permitían los avances científicos de la época. El doctor Hernández fue el pionero de la medicina experimental en Venezuela y fue el primero que trajo el microscopio e hizo grandes investigaciones.

Cada médico, para entonces, tenía siempre una solución práctica y a cada paciente le elaboraba una receta específica, individual, que entendían y traducían perfectamente los boticarios, que era como en aquellos tiempos se les llamaba a los farmacéuticos de hoy en día. Los boticarios eran expertos en preparar recetas y todos los médicos hacían las suyas, es decir, el patentado no era utilizado por los galenos, muy poco era el uso que le daban ellos. Los pacientes, generalmente, iban al consultorio y pagaban cinco bolívares por la consulta; si el médico iba a la casa -que eso era muy frecuente, era corriente- cobraba diez bolívares por la visita.

Muchos médicos iban a pie con su maletín en la mano, como el Dr. José Gregorio Hernández, otros en bicicleta y algunos -más modernizados de la época, los que querían vibrar como dirían ahora-, iban a caballo, entonces un galeno a caballo era un medico muy respetable. La mayoría de ellos, sin embargo, utilizaban el tranvía o el autobús. En estos casos, cuando el doctor hacia una visita domiciliaria la dueña de la casa tenía listo el aguamanil, un mueble imprescindible en aquella época. El aguamanil tenía su jarra de agua cristalina, paño limpio y su jabón de olor, así se llamaba el jabón fino, jabón de olor; generalmente se le llamaba "Reuter" como decía la gente. En inglés como ustedes saben se pronuncia "Roiter", y también el John Lahoud, que era muy famoso y costaba medio la pastilla.

El gesto era muy especial porque en todas las casas se utilizaba jabón azul para el aseo personal, pero como el médico era una persona distinguida entonces se le daba jabón de "Reuter". Cuando algún muchacho se le ocurría utilizar el "Reuter" le decían "¡deja ese jabón ahí!, ¡lávate con jabón azul, porque eso es para el señor médico!". Antes de que el doctor se retirara, antes del segundo rito del aguamanil, o sea de secarse las manos, la dueña de la casa le ofrecía un cafecito o un dulce en almíbar, que nunca faltaba en los hogares venezolanos, todo se hacia en la casa. Dedicado a mis amigos Oswaldo Karam y René Sotelo.

Así son las cosas.

ayanes@cantv.net

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