Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Si algo hemos tratado de definir en este diario, mucho antes del reciente movimiento telúrico de baja intensidad en la unidad opositora, es el axioma de que la fórmula unitaria es la única vía para salir de la penosa enfermedad política que padecemos. Y nada nos moverá de allí.
Creemos que, afortunadamente, los arrebatos espontáneos y comprensibles que se produjeron con ocasión del pacto Capriles-López rápidamente cedieron ante el realismo y la sensatez política y deberían darse por concluidos. Pero nos parece que también este acontecimiento liberó espacios para salir de un clima bastante etéreo en que se habían movido los candidatos, algo artificioso, especie de coreografía mediática poco convincente. María Corina Machado recientemente ha subrayado con bastante propiedad la necesidad de debatir sensatamente. Podemos, ciertamente, argumentar y asumirnos sin perder el norte, los compromisos adquiridos, los argumentos civilizados, la noción básica del temible adversario común y lo mucho que nos jugamos como país en esta contienda inclemente. Muy arduos y difíciles han sido los enormes logros obtenidos para llegar adonde estamos para dañarlos con circunstanciales pasiones e intereses bastardos. Pero el silencio excesivo a veces ensordece.
Si el Director de este diario ha hecho saber por cuál de los candidatos ha tomado partido, lo ha dicho a título personal, con la más sigilosa prudencia y abriendo con la mayor generosidad y equidad nuestras páginas a todas las opciones. De ello se vale este escribidor para poder decir, también en primera persona, algunas simplezas que cree ineludibles.
Y no hablo de ideologías, no es el momento, sino de estrategias muy pragmáticas para lograr el objetivo ineludible de derrocar el despotismo.
Me parece que la candidatura de Capriles, reforzada por López y Salas, no es la más conveniente para enfrentar a Chávez o a quien haga sus veces, ni tampoco para acercarnos a la deseada reunificación nacional, al menos a un clima cívico más benigno, y alcanzar una eventual gobernabilidad. La carta mayor del chavismo ha sido y seguirá siendo la polarización, y no puede ser de otra manera, es el umbral mínimo al que no puede renunciar una revolución por farsesca y siniestra que sea, que es el caso. De manera que una candidatura, hacia la derecha, es tensar al máximo esa cuerda y darle alas a la contradicción que Chávez quiere propiciar, ricos y pobres, y donde su demagogia puede encontrar los mayores asideros. No olvidemos, además, que no es lo mismo el 12 de febrero que el 7 de octubre, ya sabemos que hay una inmensa zona intermedia entre los bloques juramentados donde se gana o se pierde la partida electoral.
Por ello sin cotejos personales innecesarios y, repito, sin énfasis ideologistas, al fin y al cabo toda política frentista implica transacciones y comunes denominadores doctrinarios, me parece que Pablo Pérez es la figura capaz de encarnar mejor la candidatura opositora. Por razones diversas que van desde su perfil de clase; su mayor acceso a sectores aledaños al chavismo; su orientación socialdemócrata; el apoyo de maquinarias partidistas algo más robustas; su distancia mayor con los epicentros del gran capital, hasta geográfica... además, damos por descontadas, su probada capacidad política y su reconocida noble y cálida humanidad. El pueblo llano, el que decide, puede lograr con él esa empatía profunda y duradera que es imprescindible para la victoria necesaria.
Es seguro de que estas razones no son geométricas, demostrativas. Pero nadie las tiene en esos mares encrespados. Es sólo nuestra muy dilemática y asumida convicción y no podemos callarla. Sería impropio, sería desleal con el país al que nos debemos.
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