Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Si usted ha salido indemne psíquicamente de estos días de beatificación y embalsamamiento, deberá entender que, como se dice, la vida continúa. Y que a los venezolanos que no nos queda sino seguir viviendo, por un tiempo no lo olvidemos, nos esperan afanosas tareas que cumplir, entre otras, una relancina elección presidencial. Por su paz espiritual dejamos de lado los comentarios a los estruendosos rituales mediáticos que acompañaron el más universal, solitario y enigmático acto humano, morir.
Nosotros queríamos señalar una incógnita que nos queda de esta histórica jornada, no sabemos exactamente en qué sentido histórica pero histórica sin duda, y de la cual podrían depender unas cuantas cosas de no poca monta. La remitimos a un hecho muy puntual.
La tarde del día del deceso de Chávez el ahora chimboso Presidente Maduro, en cadena nacional, pronunció un discurso que llevaba al paroxismo la polarización, la paranoia y el delirio el habitual discurso oficialista, muchas veces practicado por él con verdadero entusiasmo. Conspiraciones de todo tipo, desde económica hasta eléctrica; desestabilizaciones y eventuales invasiones; imaginarios irrespetos al enfermo y su parentela; expulsión de diplomáticos gringos; constitución de un comando cívico−militar de la revolución, etc., etc. Pero, sobre todo, irresponsabilidad magna, afirmó que el Presidente moribundo posiblemente habría sido asesinado, se le habría inculcado el cáncer, pura piratería.
La posibilidad de crear un clima violentista, muy peligroso, no podía ser ajeno a esa arbitraria elucubración.
Cuando la ciudadanía trataba de asimilar el significado de esa terrible andanada, un par de horas después, el mismo Maduro apareció de nuevo anunciando el deceso del Presidente. Pero en un tono absolutamente distinto, naturalmente dolido y contemporizador; anteponiendo a cualquier otra razón la paz de la república, en palabras y actos (despliegue de la policía y la Fuerza Armada en gran escala); invitando a la oposición a sumarse a la tarea; tratando de espantar todos los malos espíritus. Temple que ratificó agradeciendo el documento de la MUD sobre el trágico acontecimiento, leído por Henrique Capriles.
Igual cosa hizo el canciller Jaua. Nosotros, en una breve nota editorial, reconocimos y aprobamos esa actitud pertinente y sensata. Es más, diríamos que ésta generó no pocos pronunciamientos por la apertura de una etapa de reconciliación nacional, más allá de la ocasional tregua; también un editorial nuestro aprobó esa deseable perspectiva. Hubo ciertamente alguna destemplanza, como la del ministro Molero, haciendo una desalmada y ofensiva violación electorera del apoliticismo de la Fuerza Armada, pateando expresamente la Constitución.
Luego vino la querella parlamentaria por el nombramiento presidencial, al estilo reguetón de Luisa Estella, sobre el cual habrá que volver, reinicio de las hostilidades. Pero la inquietud nos parece que sigue en pie.
Ya estamos en plena campaña electoral y seguramente será imposible que ella no conlleve enfrentamientos y agresividad.
La cosa es cuál de los dos Maduro va a prevalecer en esta contienda que puede ser civilizada o, por el contrario, abusiva y atroz. Y después de ésta, a la larga, qué adversario nos espera. Nosotros seguimos dándole vuelta a la extraña paradoja de los dos discursos de esa tarde oscura, para intentar dilucidar alguna arista del futuro de nuestra maltrecha nación.
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