Al ver la información me dije a mí mismo: “¡mí mismo, esto tiene que ser una joda!” Recurrí a las redes para reconfirmar la información por diversas vías. Efectivamente, allí estaba la noticia: la Asamblea Nacional acaba de aprobar la bicoca de 1.433.778.418,20 (se lee: un millardo cuatrocientos treinta y tres millones, setecientos setenta y ocho mil, cuatrocientos dieciocho, con veinte céntimos, creo) para enfrentar la guerra psicológica que padece el gobierno.
Que en medio de esta catástrofe macroeconómica, de este tsumami de inmoralidad en el que el gobierno tiene sumida a la nación, nos vengan con esto, no puede ser otra cosa que una broma, o algo aún peor: esto es una mentada de madre simultánea y colectiva a 30 millones de ciudadanos. Mientras miles de personas hacen cola durante toda la noche para conseguir harina, aceite o leche, la Asamblea aprueba combatir la guerra psicológica con el equivalente al mercado de 71.688,92 familias, si es que la cesta básica está, como dicen algunos saboteadores, en 20.000,00 bolívares.
Esta magnífica cantidad de medicamentos para combatir el cáncer será destinada a la ejecución del “Plan de Difusión de Gestión de Gobierno y Promoción de los Valores Nacionales”, por si acaso queda alguien por allí que no se ha enterado de que “Maduro es pueblo”.
Con todas las reservas que tengo con la whiskypedia, acepto como válida esta definición: “guerra psicológica, o guerra sin fusiles, es el empleo planificado de la propaganda y de la acción psicológica orientadas a direccionar conductas, en la búsqueda de objetivos de control social, político o militar, sin recurrir al uso de las armas, o en forma complementaria a su uso. Como en la guerra militar, un plan de guerra psicológica está destinado a aniquilar, controlar o asimilar al enemigo. El fin de la guerra psicológica es destruir la moral del enemigo para lograr la victoria militar y para ello se emplean dos métodos diferentes, uno el militar y otro el político”. Dígame usted, amigo oficialista, con la mano en el corazón, a qué se le parece esto. Yo sé que es tiempo de lealtad ciega, pero dime tú, asambleísta amigo, que luchaste por tanto tiempo en contra de estas arbitrariedades, compañero de tantas otras batallas en contra de lo mismo, dime desde el fondo de tu conciencia, desde ese momento último de intimidad antes de conciliar el sueño, ¿a qué se te parece esta definición? En medio de este absurdo trágico en el que nos hemos convertido, en que huimos cual familia de Lot de la anunciada debacle de Sodoma y Gomorra, sólo una cosa me pregunto: ¿para qué carrizo serán los 20 céntimos de la millardaria cifra?
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