Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Debe ser el petróleo que embriaga, sobre todo cuando su precio es espumante. También habrá algún ingrediente de la mentalidad subdesarrollada siempre llena de resentimientos y espejismos futuros. O la venta de baratijas ideológicas que ha caracterizado al delirante régimen vigente.
O la ignorancia arrogante, temible dupla. Todo ello y algo más debe haber en ese sorprendente objetivo mayor del Plan de la Patria de convertir a Venezuela en Potencia, o esos otros que anuncian nuestro decisivo aporte a la constitución de un mundo multipolar y la sustanciosa ayuda para evitar la extinción de la especie, derivados del mismo espíritu nuevo rico y fanfarrón.
Por el contrario, a estas alturas del juego lo que parece que tenemos planteado es la mera sobrevivencia. No convertirnos en un país de esos que llaman fallidos, es decir, que ni a país llegan. O, para no ir tan lejos, terminar en país maula, uno de esos que han dilapidado de mala manera los bienes nacionales y no encuentran con que pagar las deudas contraídas.
O, también, podríamos venir a caer en las redes de algunos de esos imperios, estos sí potencias, que andan peleándose a cuchillo por los mercados y mercaditos del globo y entregarles hasta el alma, queremos decir, el petróleo o, quién quita, algún pedazo del sagrado suelo. Hablamos de chinos, rusos, alemanes, hasta del pillín de Lula y, por supuesto, los gringos de siempre.
No exageramos. Eso de las líneas aéreas no digáis que no es un espectáculo bastante denigrante, no sólo por la vergonzosa ida o reducción de pasajes de muchas compañías sino por las maneras de pulperos provincianos con que nuestros funcionarios negocian con mentirillas, contradicciones, cartas marcadas, el señor salió vuelva la otra semana, propuestas deshonestas (te debo a 6,30 pero te pago a 11). ¡Qué poca potencia, señores! O, por dar otro ejemplo, a nosotros nos impresiona mucho que en un mundo llamado del conocimiento miles de nuestros bachilleres se gradúan sin haber visto las decisivas ciencias duras: matemáticas, física, química, biología. Lo cual, entre otras cosas, hace aún más difícil la ambiciosa tarea de estar a la vanguardia de los protectores del golpeado planeta. Se podrían citar sopotocientas cosas igualmente espeluznantes y decidoras de nuestro calamitoso estado: apagones a granel; crímenes inconcebibles; el dakazo como fórmula novedosa de una teoría económica endógena; la falta de papel tualé, que ya es parte de la identidad nacional, pero póngase a imaginar la de sonrisas e ironías que habrá provocado allende nuestras fronteras y así sucesivamente. Pero todo listado sería arbitrario e inacabado, además usted lo conoce, lo vive.
Pero eso de país portátil, carnavalesco, poco presentable, se manifiesta también en una especie de espantosa retórica pública, en la magnificencia de lo cursi (lo último al respecto el inefable, despampanante, video del primer aniversario matrimonial del primer magistrado), un culto a la personalidad del difunto que ni Orwell (esos ojos que todo lo miran, que te miran a ti, escuálido marrullero), una religiosidad degradada, absurdamente ecléctica y empalagosa. Etc. Ese cotillón que parece consustancial a todos los regímenes militares bananeros. Nosotros creemos recordar que alguna vez fuimos mejores, más potentes.
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