Por: Teodoro Petkoff/TalCual
A hora resulta que Pdvsa, la cual otrora se contaba entre las cinco primeras empresas petroleras del mundo, se encuentra en el lugar número trece del ranking. En América Latina, Brasil y México, están ya por encima de nosotros. Esto significa que mientras en otros países sus empresas petroleras invierten continuamente para elevar su capacidad de producir y la producción misma, en nuestro país no ocurre tal cosa.
Las reservas petroleras venezolanas probablemente son las más elevadas del mundo, pero se encuentran bajo tierra. Tomando en cuenta los indicadores internacionales que muestran la magnitud de las empresas petroleras (reservas, inversión, producción, ventas, flujo de caja, ganancias, refinación, rendimiento del personal y otros) no estamos entre las tres primeras, como afirma Rafael Ramírez, sino en el puesto número trece.
Al ritmo actual de producción, las reservas probadas nos alcanzarían para unos tres siglos más, aunque es bien posible que ya para esa época el mundo se las esté arreglando con alternativas al oro negro, pero, en todo caso, para hoy, el puesto no es tres sino trece. Este bajonazo, desde luego, no es casual. Corresponde cabalmente a la óptica de quienes manejan hoy el negocio. El problema radica en que el país no conoce el destino de esos ingresos, excepto el de la mitad de ellos, con base en la cual el gobierno calcula el presupuesto nacional. Esta triquiñuela le permite reducir el situado constitucional, es decir el monto de los dineros (20% del total) que debe entregar a los estados y municipios y cuyo destino exacto hoy no se conoce. El gobierno no rinde cuentas a la opinión pública del modo como opera con esa gigantesca cantidad de millones de dólares que se guarda para sí. Y lo cierto es que el relativamente pequeño monto de lo empleado en exploración y producción no alcanza para cubrir el 22% de declinación de los pozos petroleros, lo cual tiene su expresión en el cierre y abandono de aquellos. En definitiva, las cosas no van bien en nuestra industria petrolera.
La historia de esta caída es harto conocida, pero recordemos algunos hitos. Aquella compañía de antaño, orgullo de los venezolanos, no era del agrado de Chávez porque supuestamente sus meritócratas lo miraban con poco aprecio. Todo aquello terminó con el paro general, y en especial petrolero, de fines del 2002 y comienzos del 2003, a raíz de lo cual Chávez decidió botar no a unos cuantos líderes gremiales y sindicales sino a veintidós mil cuadros que había costado años y millones formar. Por supuesto todo tenía que venirse abajo, la producción misma, se multiplicaron por casi cuatro los empleados, naturalmente, poco entrenados, “compañeritos”. La empresa modelo se convirtió en un batiburrillo de funciones, hasta vendía hortalizas. Chávez había logrado hacerla a su imagen y semejanza, populista. ¿Cabría extrañarse entonces de tan pobres resultados?
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