Xabier Coscojuela/TalCual
E l presidente Maduro pretende que los venezolanos solo hablen de lo que a él le interesa. Su aspiración es que todos repitamos el país que él y los suyos tienen en la cabeza, el que imaginan que existe porque lo ven en las cuñas de Venezolana de Televisión, pero que cada día está más lejos de la realidad concreta de quien sale temprano de casa para ganarse el sustento. Cuando ese efecto mágico no ocurre, apela a la represión pura y dura. Cada día el gobierno revolucionario y socialista se mete más en ese peligroso camino.
Esa es una de las conclusiones a la que podemos llegar luego del interrogatorio al que fue sometido el presidente de Conindustria, Eduardo Garmendia, y de la detención del presidente de la cámara aduanera del estado Vargas, Rusvel Gutiíerrez.
De acuerdo con Maduro, el dirigente del sector industrial cometió un delito al constatar que la productividad de las empresas se había visto mermada como consecuencia del número de trabajadores afectados por chikungunya. En este país no hay nadie que crea en la cifra ofrecida por la ministra de Salud, pues todos conocen a alguien cercano, enfermo por dengue o chikungunya.
Por cierto que esta epidemia deja muy mal parada a una de las misiones más publicitadas por la mal llamada revolución: Barrio Adentro, un programa dedicado a la medicina preventiva y si fuera tan efectivo como pregonan debería haberle permitido a las autoridades detectar los avances de la enfermedad. No ocurrió así, por algo será.
Por otra parte, la recurrencia de Maduro a la represión demuestra que no las tiene todas consigo. Los nervios lo están alterando. Ve enemigos y conspiraciones en todas partes, lo que le impide hacer lo que tiene que hacer: dedicarse a resolver los problemas, controlar la inflación, reducir la escasez, meter en cintura a los delincuentes, por ejemplo.
La represión no solo se la aplicaron a los dirigentes empresariales, sino que pica y se extiende. En Sidor hay tres trabajadores detenidos por ejercer el derecho constitucional a la huelga. En esa empresa se impuso un contrato colectivo que es desconocido para la mayoría de los trabajadores, que no fue discutido con buena parte de la dirigencia sindical y que no recoge importantes aspiraciones de quienes allí laboran.
En lugar de exigirle cuentas a quienes han manejado la empresa para saber por qué cada día produce menos, y está prácticamente quebrada, razón fundamental para no querer firmar el referido contrato colectivo, apela a lo más fácil y además de encarcelar a los referidos trabajadores, obliga al resto de personal, a punta de fusil, a poner en marcha la empresa. Eso lo hace una persona que se autodenomina el presidente obrero. Menos mal.
Va mal Maduro. La represión no resuelve nada. Todo lo contrario. En lugar de mandar policías y militares a “poner orden”, debe dar con los mecanismos para que su administración sea más efectiva. Generalmente las naciones más atrasadas del planeta son las que cuentan con gobiernos más autoritarios.
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