Fernando Rodríguez/TalCual
El Nacional hace unos días trae las cifras de las cadenas de Nicolás Maduro. Nada despreciables, dignas del Padre Eterno. De enero a septiembre ha hecho 77 cadenas que equivalen a 133 horas y 11 minutos.
En términos más elocuentes ha hablado casi seis días seguidos, dos horas todos los días. No se cuentan aquí las sopotocientas intervenciones en el aparato televisivo del Estado y los canales privados, estos últimos conminados a darle suficientes espacios. Estamos seguros de que si alguien, debe haberlo, algún funcionario obligado a ello, se ha calado este tsunami de palabras debe estar muy maltrecho psíquica y hasta físicamente.
No hay que dejar de recordar que la brillantez intelectual y la destreza y elegancia de su verbo, de inigualables lapsus entre otras cosas, no son, precisamente, características muy prominentes del primer magistrado. Realmente, entonces, un país torturado y sometido a tratos crueles mentalmente, sin piedad. Gracias a los dioses tecnológicos existe el cable, del cual ya disfrutan la mayoría de los venezolanos, y que permite migrar instantáneamente a su variada oferta una vez que los fatídicos signos patrios anuncian la faena a venir.
Exilio radioeléctrico que ya es costumbre creciente, digámoslo de paso, para zafarse también de la provinciana, absolutamente mediocre y sojuzgada televisión local.
La cadena, esa figura despótica como pocas fue, en esas colosales dimensiones, invento de Hugo Chávez. Sin duda para satisfacer su inagotable compulsión a hablar hasta por los codos y de cualquier tema conocido o cosa que hizo hasta saciarse y donde batió varios records de resistencia. Obviamente esta referencia personal no agota la explicación del fenómeno, éste cumple funciones políticas e ideológicas muy importantes. Una más abstracta que es la de demostrar la omnipresencia del poder, así el rating fuera muy pobre, el monopolio de la palabra colectiva, hasta en tu casa entro cuando me da la gana (aplausos de los presentes).
Por otra parte, otra mucho más concreta, es un extraordinario instrumento electoral, ejemplo áureo del uso de los recursos públicos para los fines partidistas, pieza del fraude estructural de los procesos electorales endógenos. En los tres meses de la campaña presidencial del 2012 Chávez hizo 27 cadenas, que abarcaron casi 44 horas.
Un magnífico ejemplo de ventajismo y de la aberración que es la reelección continua en estos países de democracias insanas.
Pero en algún momento inicial se podía apelar a un pequeño y tramposillo argumento legitimador: que el gobierno que representaba la mayoría de los venezolanos estaba en abierta minoría mediática y enfrentaba medios realmente rabiosos políticamente. Lo cual crearía un desequilibrio inaceptable. Pero eso hace mucho, pero mucho, que dejó de ser realidad. Hoy el Heredero maneja a su antojo una batería radioeléctrica estatal que no debe tener Presidente alguno en el planeta, así sea la ineficiencia pura, y ha logrado domesticar, a veces hasta la abyección, casi todos los medios privados. Un abuso, pues, multiplicado.
Pero no hay que olvidar que el populismo es una continua manipulación del pueblo, manejando sus más primarios instintos.
De manera que el discurso hiperbólicamente desarrollado le es necesario para mantener mitos y promesas, rituales y cultos a los vivos y a los muertos. De manera que el populismo de hoy es profundamente mediático, para hablar con muchos, y dado al espectáculo, a la saturación ideológica, a lo teatral y lo circense.
No, no abandonarán las cadenas, somos nosotros los que tenemos que echarlas abajo, como pide el himno nacional.
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