Foto de archivo |
Detengámonos en esta nueva acusación. El guión es bien conocido, por repetido: no es necesario volver al recuento de las más de sesenta denuncias de magnicidios acumuladas en tres lustros y nunca demostradas. Baste recordar que el año pasado, manteniendo esa tradición de su predecesor en el cargo, el gobierno de Nicolás Maduro ya había vinculado al expresidente Álvaro Uribe con planes golpistas y magnicidas. Ahora vuelve a la carga, restándole seriedad a la investigación policial que casos como el de Serra y Herrera ameritan.
En cambio, el alto gobierno regresa al trajinado expediente de cambiar de tema, no por casualidad, en tiempos en los que no le va nada bien y piensa que le funcionará lo de inventarse una conspiración internacional. Al coro oficialista se han sumado Fidel Castro y el nuevo secretario de la Unasur, el ex presidente colombiano Ernesto Samper; también el acostumbrado silencio regional.
Tanto el año pasado como ahora, pese a su línea de baja resistencia ante el gobierno de Venezuela, Juan Manuel Santos protestó la insustanciada acusación contra Uribe. Si antes el propio Santos anunció que defendería la dignidad del expresidente por los canales diplomáticos, esta vez la canciller Mariángela Holguín dejó conocer públicamente la posición de su país a través del ya bien conocido mensaje a Samper sobre lo que le corresponde y no le corresponde como secretario de la Unasur.
La ministra Holguín le precisó, además, que el asunto sobre el que tomó posición trata de una situación “donde tiene que haber una investigación de por medio”.
Es una tibia defensa, pero defensa al fin, de la figura de un exmandatario que no ha sido un personaje cómodo para el propio Santos ni para su canciller. Sus reacciones recuerdan algo esencial: no se puede aceptar una acusación (tras otra, y otra y muchas, como ha sido el caso) sin que haya investigación.
Y no es solo eso lo que ha venido sucediendo: es que con cada acusación a Uribe el gobierno venezolano también revuelve el mundo político colombiano, de una u otra forma lo interviene y, en el camino, le recuerda su peculiar disposición y capacidad para complicarle la vida: en el comercio, el proceso de paz y la seguridad.
En Venezuela se están borrando aceleradamente los frágiles trazos de institucionalidad que iban quedando. La violencia, en sus más insólitas y oscuras expresiones, se mueve en ese cauce de un modo que inunda y desborda al propio régimen. Como las banderas antiimperialistas se han ido destiñendo al son de los cambios en el vecindario, se ha vuelto al raído expediente de Uribe y la gran conspiración. Mientras tanto, a los venezolanos nos devora la violencia.
Fuente: El Nacional
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