Quien permaneció a buen recaudo en el Museo Militar mientras subalternos asaltaban el Palacio de Gobierno y ametrallaban la residencia presidencial, manifiesta cierta compulsión a la hora de fantasear sobre sus improbada vocación heroica
Por: Armando Coll/Tal Cual
Tipifica el sistema judicial estadounidense un delito bajo la figura de "stolen valor", valentía robada en literal español, en criollo o añejo castizo algo poco más grave que "ganar indulgencia con escapulario ajeno".
Suerte de plagio de proezas jamás realizadas, el más reciente reo de esta convención penal responde al nombre de Richard G. Strandlof.
Se trata de un buscavidas de súbito iluminado en un refugio para indigentes los llamados "homeless" aquel día marcado por el fierro quemador en el alma del Imperio, el 11 de septiembre de 2001.
Tiempo después apareció al frente de una organización de desamparados veteranos de guerra. Se retrató junto a heroicos sobrevivientes de la guerra de Irak; y no faltó algún cándido aspirante al senado que lo arrimara al encuadre.
Strandlof es un arquetipo del lado oscuro del sueño americano: esos buenos para nada que terminan por impostar alguna excepcionalidad copiada de la industria del entretenimiento, de ese imaginario exaltado por Hollywood y que se abre camino sobre los cadáveres de miles de marines desde la Segunda Guerra Mundial hasta ahora.
En un país en que basta tener voluntad a la hora de buscar la celebridad a como dé lugar, el pobre de Strandlof logró convencer a la opinión pública bajo la identidad de Rick Duncan, un supuesto capitán decorado con el Corazón Púrpura y la Estrella de Plata por sus hazañas en la invasión a Irak.
Alguien topó con los cabos sueltos de la épica del improbable capitán y se abrió la represa que contenía una cascada de mentiras. El FBI le echó el guante al farsante el viernes pasado.
El hombre no dejó de sacar provecho a su cuarto de hora, incluso para pedir disculpas a la audiencia de CNN.
Pero, no obstante, lo espera un juicio que puede terminar en 365 días en cana, si no reúne los 100.000 dólares de la fianza. La pena que impondría un juez no es muy severa, pero la pena con los veteranos de verdad le queda para toda la vida al arrepentido Strandlof.
Ese manual de aherrojamiento que es el Código Penal venezolano tal vez no contemple este "raro" delito. Y es seguro que cierta persona que incurre en éste con relativa frecuencia dada su excesiva exposición pública jamás enfrente un juicio por tal causa.
Quien permaneció a buen recaudo en el Museo Militar mientras subalternos asaltaban el Palacio de Gobierno y ametrallaban la residencia presidencial, manifiesta cierta compulsión a la hora de fantasear sobre sus improbada vocación heroica.
La épica que improvisa en voz alta ante el país, siempre va acompañada de alguna salvedad: no se sumó a la insurgencia armada porque estaba recién casado, se excusó hace poco.
En entrevista que le hiciera el famoso periodista de CNN, Larry King, habló de las horas de angustia vividas durante el golpe de abril de 2002, cuando, según él, los golpistas ya le habían puesto su nombre a una bala.
Esa noche con Larry como él se permite llamarlo, cuando no le dice "viejo", como si fuera su pana de toda la vida por alguna razón olvidó el nombre clave de su retorno al poder: Raúl Baduel.
Tras 10 años en los que su poder se ha acrecentado cada vez más, este venezolano tiene pruebas sobradas de cómo sus compatriotas se regocijan con un cuento bien echado; una mentira, visto está, alimenta mejor al "pueblo chavista" que la desabastecida red de mercados subvencionados por el gobierno, eso que llaman Mercal. En este país las caraotas fueron suplantadas por gamelote.
No hay comentarios:
Publicar un comentario