Si todos sus polvos no han bajado de la cama, tarde o temprano lo conducirán por un tranquilo camino de castidad.
Si bien el catre por antonomasia es sexo, de vez en cuando hay que dejarlo ventilar y comprobar que el aquello fuera del dormitorio evita que la rutina nos haga ver más atractivo a un luchador de sumo que al que tenemos al lado.
Como las hormonas en su punto, y un departamento inferior del cuerpo funcionando como Dios manda, no entienden de restricciones sociales, de códigos de Policía ni de vecinos chismosos, ellos promueven las ganas cuando toca y en lugares que, muchas veces, lo último que tienen cerca es la socorrida cama.
Claro, como el pudor, el decoro, la circunspección y hasta la mojigatería nunca abandonan la mente de los calenturientos, éstos terminan por imponerse, los cuerpos se enfrían, las agujas se bajan y las manos se retiran, hasta que en el último jadeo se convierte en esa frase que es un golpe al bajo vientre: "Aquí no, vamos a otro lado".
Y ese otro lado, en honor a la verdad, no siempre existe. La faena terminó ahí, dejando un sinsabor regado por todo el cuerpo, un cosquilleo en los bajos y un ligero remordimiento. Ahora, cuando existe no es otro que una cama, donde hay que empezar de nuevo esa tarea que no siempre alcanza el punto de caramelo que tuvo antes.
Aclaro que esto no es una diatriba contra la cama y menos una invitación a que la gente, cual bonobos, se dedique al aquello sin recato incluso en medio de un desfile patrio, nada de eso.
Se trata de que las parejas dejen tanta bobada y, si las condiciones lo permiten, se concedan la licencia y la picardía de echarse un polvo en sitios que, además de recordación, les aumente el placer.
Para empezar, los invito a preguntarse en silencio cuál es el lugar más insólito donde han practicado sexo de verdad. Si la respuesta se queda dentro de cuatro paredes con un tálamo como mueble principal, así en él hayan repasado hasta el cansancio el Kamasutra, han dejado pasar cosas excitantes. Eso sí, nunca es tarde para experimentarlas.
No tiene que pensar en el baño de un avión ni en el salón oval de la Casa Blanca.
Hablo de algo más simple, que usted pueda hacer y en lugares que vayan desde el mar de St. Thomas, pasando por un sofá en la oficina o el tapete de la sala, hasta el mueble de la cocina. Todo lugar se vale, siempre y cuando estén las ganas y no se moleste a nadie. Prueben. Hasta luego.
ESTHER BALAC
ESPECIAL PARA EL TIEMPO DE COLOMBIA
Como las hormonas en su punto, y un departamento inferior del cuerpo funcionando como Dios manda, no entienden de restricciones sociales, de códigos de Policía ni de vecinos chismosos, ellos promueven las ganas cuando toca y en lugares que, muchas veces, lo último que tienen cerca es la socorrida cama.
Claro, como el pudor, el decoro, la circunspección y hasta la mojigatería nunca abandonan la mente de los calenturientos, éstos terminan por imponerse, los cuerpos se enfrían, las agujas se bajan y las manos se retiran, hasta que en el último jadeo se convierte en esa frase que es un golpe al bajo vientre: "Aquí no, vamos a otro lado".
Y ese otro lado, en honor a la verdad, no siempre existe. La faena terminó ahí, dejando un sinsabor regado por todo el cuerpo, un cosquilleo en los bajos y un ligero remordimiento. Ahora, cuando existe no es otro que una cama, donde hay que empezar de nuevo esa tarea que no siempre alcanza el punto de caramelo que tuvo antes.
Aclaro que esto no es una diatriba contra la cama y menos una invitación a que la gente, cual bonobos, se dedique al aquello sin recato incluso en medio de un desfile patrio, nada de eso.
Se trata de que las parejas dejen tanta bobada y, si las condiciones lo permiten, se concedan la licencia y la picardía de echarse un polvo en sitios que, además de recordación, les aumente el placer.
Para empezar, los invito a preguntarse en silencio cuál es el lugar más insólito donde han practicado sexo de verdad. Si la respuesta se queda dentro de cuatro paredes con un tálamo como mueble principal, así en él hayan repasado hasta el cansancio el Kamasutra, han dejado pasar cosas excitantes. Eso sí, nunca es tarde para experimentarlas.
No tiene que pensar en el baño de un avión ni en el salón oval de la Casa Blanca.
Hablo de algo más simple, que usted pueda hacer y en lugares que vayan desde el mar de St. Thomas, pasando por un sofá en la oficina o el tapete de la sala, hasta el mueble de la cocina. Todo lugar se vale, siempre y cuando estén las ganas y no se moleste a nadie. Prueben. Hasta luego.
ESTHER BALAC
ESPECIAL PARA EL TIEMPO DE COLOMBIA
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