Lo impresionante es ver cómo los candidatos tratan de deshacerse desesperadamente de aliados incómodos. Pues sí: ¡estamos presenciando las dos más grandes sacadas de trasero en la historia del Perú!
Por: Gregorio Salazar/TalCualDigital
Justo dentro de una semana, los peruanos estarán acudiendo a una de las citas electorales más disputadas y controversiales de su historia, tanto que la consulta ha alcanzado la acepción médica del término, pues lapidariamente ha dicho don Mario Vargas que en ella se sabrá con cuál de dos enfermedades, dos males sin remedio, dos flagelos mortales se quedarán los herederos del imperio Inca.
Tan horrible símil luce un arrebato de su numen político, prolífico en infortunios y desatinos como lo ha sido en aciertos y bienaventuranzas el de su inspiración literaria. A posteriori, ha dicho el Nobel que se anotará en una de esas dos supuestas fatalidades (de la que está más lejos ideológicamente por cierto), y ha exhortado a sus conciudadanos a hacer lo mismo.
¿Eso no sería ahora como invitarlos a ejercer su opción al suicidio? Le faltó a don Mario, también ciudadano y ahora novísimo marqués hispano, un gatuno y astuto asesor como el que tuvo su colega el Marqués de Carabás, y en la oportunidad que le preguntaron ¿y usted por quién votará?, debió responder: ¿Yo? Pues, por el PP.
¿Por Perú Posible? Pero si a ese partido ya lo arrancharon en la primera vuelta. No, no, mi amigo, votaré por el Partido Popular. Voy saliendo para Madrid, que estas municipales no me las pierdo.
Difícil el dilema de los hermanos peruanos, pero ha sido tal la presión sobre los dos finalistas, tantas las exigencias de juramentos sobre sus purezas de alma, tantos compromisos firmados y tantas las letanías que les han hecho recitar ("¡Sí, sí, juro que me voy a portar bien!") que probablemente ya ninguno de los dos represente un mal incurable. Además, hasta las más graves alteraciones de salud están siendo vencidas por la ciencia.
Lo impresionante es ver cómo los candidatos tratan de deshacerse desesperadamente de aliados incómodos. Pues sí: ¡estamos presenciando las dos más grandes sacadas de trasero en la historia del Perú! La joven Keiko no quiere saber nada de papá Fujimori, que está enjaulado.
Ollanta ya no admite que en su presencia se mencione a "su peor viejo amigo", que ve esos esguinces con la impaciencia de león, también, enjaulado. En lograr esos dos apremiantes blanqueos filio-curriculares está centrada la fogosa actividad de los comandos. Claro, cada quien hace lo posible por desmontarlo. ¡Golpista!, clama ella. ¡Autogolpista!, contesta él. ¡Expropiador!, acusa ella. ¡Neoliberal!, contraataca él. Pero el problema central es deslastrarse del fardo particular que cada quien lleva a cuestas.
Los candidatos ya no tienen tiempo ni para comer. A Ollanta, cuando no está en el Puno, Ica o Huancayo, se le ve desplazarse a zancadas (o a zancaditas, pues no es muy alto) por su bunker dando órdenes aquí y allá, llevando ensartada en un tenedor una chorreante papa a la huancaína, que amenaza con mancharle la corbata justo cuando tiene que partir a la tv.
Keiko, incansable, salta de Tacna al Cuzco y de allí a Lambayeque. Prohibió que le traigan comida de ninguna chifa, porque aunque es una creación peruana la fusión tiene la mitad de asiático. Los asesores le piden que coma más despacio su criollo arroz con tacu-tacu, pues lleva varias atoradas.
Mientras, los creativos se devanan los sesos buscando el puntillazo propagandístico que provoque el salto crucial en las encuestas. Cada quien cree tener un arma secreta y definitiva, esa que emplearán a última hora de la campaña.
En el comando de Humala, señalado de recibir financiamiento ilegal de quien ahora es "su peor nuevo enemigo", han ideado un spot ingeniosísimo que, según me datea un pana limeño, filmarán en Plaza San Martín. El candidato interviene desde una amplia tarima.
De improviso suena el Alma Llanera y desde una esquina sube al escenario una pareja con traje típico venezolano, rojo-rojito hasta las alpargatas, portando una gran plancha de anime de 5 X 1,70 metros, en la cual está dibujado un cheque del Banco de Venezuela con una alta cifra. Ollanta, cual Tigrito del Ring, lanza una patada voladora y parte en dos el cheque que luego fragmenta a golpes de karate.
Recoge los pedazos del suelo y les entra a dentelladas. Escupe las bolitas de anime mirando hacia el norte. Intervienen los acólitos y lo bajan de la tarima. Alguien anuncia que al candidato le han dado un te de boldo para calmarlo. Finalmente sube blandiendo dos pedazos de anime en los que están, en uno, el logo tricolor del banco, y en el otro la firma de "su mejor nuevo desconocido". Menea negativamente la cabeza y lanza los trozos de anime a una bolsa plástica que alguien le acerca. Impecable.
Keiko, que puntea las encuestas, cree tenerla más fácil, lo cual no quiere decir que no haya afinado su jugada maestra.
Irá hasta la prisión donde está su padre al volante de una camioneta pick-up llevando un Pokemón gigantesco, que éste le trajo del Japón cuando cumplió doce años.
Delante de las cámaras, con el entrecejo fruncido, se lo arrojará al estrecho calabozo. Papá Fujimori está de acuerdo con el gesto, convenido de antemano, pero le incomoda que después tendrá que ir al baño pasando a gatas por entre las piernas del enorme Pikachu. Todo por el triunfo.
Que el ganador cumpla su palabra. Que impere la democracia. Por la salud del Perú. Lo celebraríamos con un pisco sauer y un buen cebiche, camote y choclo incluidos.
Por: Gregorio Salazar/TalCualDigital
Justo dentro de una semana, los peruanos estarán acudiendo a una de las citas electorales más disputadas y controversiales de su historia, tanto que la consulta ha alcanzado la acepción médica del término, pues lapidariamente ha dicho don Mario Vargas que en ella se sabrá con cuál de dos enfermedades, dos males sin remedio, dos flagelos mortales se quedarán los herederos del imperio Inca.
Tan horrible símil luce un arrebato de su numen político, prolífico en infortunios y desatinos como lo ha sido en aciertos y bienaventuranzas el de su inspiración literaria. A posteriori, ha dicho el Nobel que se anotará en una de esas dos supuestas fatalidades (de la que está más lejos ideológicamente por cierto), y ha exhortado a sus conciudadanos a hacer lo mismo.
¿Eso no sería ahora como invitarlos a ejercer su opción al suicidio? Le faltó a don Mario, también ciudadano y ahora novísimo marqués hispano, un gatuno y astuto asesor como el que tuvo su colega el Marqués de Carabás, y en la oportunidad que le preguntaron ¿y usted por quién votará?, debió responder: ¿Yo? Pues, por el PP.
¿Por Perú Posible? Pero si a ese partido ya lo arrancharon en la primera vuelta. No, no, mi amigo, votaré por el Partido Popular. Voy saliendo para Madrid, que estas municipales no me las pierdo.
Difícil el dilema de los hermanos peruanos, pero ha sido tal la presión sobre los dos finalistas, tantas las exigencias de juramentos sobre sus purezas de alma, tantos compromisos firmados y tantas las letanías que les han hecho recitar ("¡Sí, sí, juro que me voy a portar bien!") que probablemente ya ninguno de los dos represente un mal incurable. Además, hasta las más graves alteraciones de salud están siendo vencidas por la ciencia.
Lo impresionante es ver cómo los candidatos tratan de deshacerse desesperadamente de aliados incómodos. Pues sí: ¡estamos presenciando las dos más grandes sacadas de trasero en la historia del Perú! La joven Keiko no quiere saber nada de papá Fujimori, que está enjaulado.
Ollanta ya no admite que en su presencia se mencione a "su peor viejo amigo", que ve esos esguinces con la impaciencia de león, también, enjaulado. En lograr esos dos apremiantes blanqueos filio-curriculares está centrada la fogosa actividad de los comandos. Claro, cada quien hace lo posible por desmontarlo. ¡Golpista!, clama ella. ¡Autogolpista!, contesta él. ¡Expropiador!, acusa ella. ¡Neoliberal!, contraataca él. Pero el problema central es deslastrarse del fardo particular que cada quien lleva a cuestas.
Los candidatos ya no tienen tiempo ni para comer. A Ollanta, cuando no está en el Puno, Ica o Huancayo, se le ve desplazarse a zancadas (o a zancaditas, pues no es muy alto) por su bunker dando órdenes aquí y allá, llevando ensartada en un tenedor una chorreante papa a la huancaína, que amenaza con mancharle la corbata justo cuando tiene que partir a la tv.
Keiko, incansable, salta de Tacna al Cuzco y de allí a Lambayeque. Prohibió que le traigan comida de ninguna chifa, porque aunque es una creación peruana la fusión tiene la mitad de asiático. Los asesores le piden que coma más despacio su criollo arroz con tacu-tacu, pues lleva varias atoradas.
Mientras, los creativos se devanan los sesos buscando el puntillazo propagandístico que provoque el salto crucial en las encuestas. Cada quien cree tener un arma secreta y definitiva, esa que emplearán a última hora de la campaña.
En el comando de Humala, señalado de recibir financiamiento ilegal de quien ahora es "su peor nuevo enemigo", han ideado un spot ingeniosísimo que, según me datea un pana limeño, filmarán en Plaza San Martín. El candidato interviene desde una amplia tarima.
De improviso suena el Alma Llanera y desde una esquina sube al escenario una pareja con traje típico venezolano, rojo-rojito hasta las alpargatas, portando una gran plancha de anime de 5 X 1,70 metros, en la cual está dibujado un cheque del Banco de Venezuela con una alta cifra. Ollanta, cual Tigrito del Ring, lanza una patada voladora y parte en dos el cheque que luego fragmenta a golpes de karate.
Recoge los pedazos del suelo y les entra a dentelladas. Escupe las bolitas de anime mirando hacia el norte. Intervienen los acólitos y lo bajan de la tarima. Alguien anuncia que al candidato le han dado un te de boldo para calmarlo. Finalmente sube blandiendo dos pedazos de anime en los que están, en uno, el logo tricolor del banco, y en el otro la firma de "su mejor nuevo desconocido". Menea negativamente la cabeza y lanza los trozos de anime a una bolsa plástica que alguien le acerca. Impecable.
Keiko, que puntea las encuestas, cree tenerla más fácil, lo cual no quiere decir que no haya afinado su jugada maestra.
Irá hasta la prisión donde está su padre al volante de una camioneta pick-up llevando un Pokemón gigantesco, que éste le trajo del Japón cuando cumplió doce años.
Delante de las cámaras, con el entrecejo fruncido, se lo arrojará al estrecho calabozo. Papá Fujimori está de acuerdo con el gesto, convenido de antemano, pero le incomoda que después tendrá que ir al baño pasando a gatas por entre las piernas del enorme Pikachu. Todo por el triunfo.
Que el ganador cumpla su palabra. Que impere la democracia. Por la salud del Perú. Lo celebraríamos con un pisco sauer y un buen cebiche, camote y choclo incluidos.
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