Como vive única y exclusivamente para enfrentar al imperio y, en eso no hace concepciones, confunde la realidad. Trata a villanos como a víctimas, a genocidas como a angelitos, a Gadafi como si fuera Mandela
Por: Kico Bautista/TalCualDigital
La izquierda tradicional, esa que repite el viejo socialismo como discurso, padece de antimperialitis aguda. Esta gente anda enferma y no se quiere curar.
Como vive única y exclusivamente para enfrentar al imperio y, en eso no hace concepciones, confunde la realidad. Trata a villanos como a víctimas, a genocidas como a angelitos, a Gadafi como si fuera Mandela.
Esta izquierda se reconoce a sí misma como progresista. Hablan de entregarle todo el poder al pueblo y de combatir la pobreza. Juran que su destino es identificarse con las causas más justas del planeta y, sin querer queriendo, son capaces de sacrificarlo todo por el peor de los asesinos si este se declara antimperialista.
Es así como Hugo Chávez sufre por su pana Mugabe, por su entrañable Lukashenko. Estos bichos tienen años, cual corronchos, pegados al poder. No lloran ni sufren por nadie. Se dan la gran vida mientras sus pueblos sucumben en la miseria y nada de eso importa. Son unos angelitos de ojitos azules y cachetitos rellenos a los ojos de la revolución.
Es que el antimperialismo lo justifica todo. No importa si roban o exterminan a sus adversarios. Si estos señores escupen o se orinan en el retrato de George W. Bush tienen ganado el cielo.
Bajo esa lógica son hordas salvajes aquellos que atentaron contra la casa del embajador venezolano en Libia. Gadafi es un peluchito al cual los americanos le quieren quitar su petróleo y eso no tiene perdón de Dios.
Por supuesto que a ningún venezolano le agrada que atenten contra nuestra embajada en ningún lado. Ese territorio es parte de nuestra tierra. Sin embargo, hay que hacerle un llamado al gobierno, por inútil que pueda resultar, para que evalúe bien lo que está pasando en el medio oriente y deje de poner la torta.
Solía Chávez molestarse porque a sus seguidores los llamaban hordas. Bajo ese mismo criterio debería ver lo ocurrido en Trípoli. No se trata de chusma o descerebrados.
Esos seres que intentaron saquear la casa del embajador no son otra cosa que pueblo. Para ellos Venezuela no representa a Bolívar ni a la democracia. Somos los aliados del opresor, del dictador Gadafi y por eso agreden.
Por muy desalmado e hijo de su madre que pueda ser Obama y el imperio, nada puede justificar que Venezuela, país de libertadores, defienda a un genocida.
Nuestra política debería ser de verdad progresista. Es mentira que los rebeles libios son unos vendidos y que lo único que buscan es entregarle el petróleo y demás riquezas de su patria al imperio.
El presidente del Consejo Nacional de Transición, Mustafá Abduljalil aseguró que en ocho meses habrá elecciones en Libia. El país tendrá una Constitución y democracia. De igual manera el CNT confirmó que el nuevo gobierno no aceptará bases extranjeras ni la intromisión de nadie en sus asuntos internos.
Es la enfermedad del antimperialismo la que no deja ver al gobierno lo que ocurre en la realidad. Los rebeldes libios ni los opositores venezolanos son unos vendidos. Pueden tener posturas distintas a las que maneja el chavismo frente a EEUU y eso no los hace traidores.
Apropiarse del amor a la patria, creerse los únicos y auténticos nacionalistas, puede que les sirva como excusa frente a las masas para victimizarse. Pero, ese discurso es una aberración.
Si no le reconoces al adversario el amor a la patria no le reconoces nada. Tal consideración no es una pendejada. El nacionalismo existe en todos los países y en vez de separar es una convocatoria que une.
Pensar que solamente una parte de la sociedad tiene esos valores no sólo conduce a la exclusión, también lleva a ver el juego político como una escenario donde no hay un mínimo de principios.
Tanto simplismo ha llevado a quienes lo profesan a cometer injusticias más terribles de las que dicen combatir. Oponerse en Venezuela a que muevan las reservas de oro o a que se le compren más armas a los rusos no pude ser manejado como un acto de mera traición. Más que radicalismo, detrás de ese discurso lo que hay oculto es el atraso más rancio.
El antimperialismo en el discurso chavista es intolerancia. Que los americanos en el pasado se caracterizaron por intervenir en la soberanía de nuestros pueblos, eso no se puede negar.
Ahora, no es igual Obama a Bush. Los tiempos cambian. En todo caso se trata mantener la defensa de la autonomía y el derecho de las naciones a decidir su propio destino como una conquista de la civilidad, del progreso y de los nuevos tiempos.
La política tiene una ética, unos principios, cierta nobleza. En el Medio Oriente, en España, Israel, Colombia, en el mundo, el reclamo es contra esa prédica perversa de que en política vale cualquier trampa. ¿No debe ser tan difícil entender que a Venezuela la queremos todos?
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