Por conocido no vamos a echar el cuento de ese grito salvaje que una bestia fascista lanzó a la cara del filósofo Miguel de Unamuno. Pero sí apuntar que éste alcanzó la perennidad como símbolo del despotismo. Y es lógico que así sea: la inteligencia, por naturaleza, es libre, crítica, negativa, innovadora, inquisidora, inestable, polifónica, moviente, viva.
Por tanto opuesta a lo único, a lo estático, a lo establecido, a lo incambiable, a lo inerte, al poder que tiende a perpetuarse. Por eso es incompatible con la bota que pinta Weil, y en general con todo lo que quiere contraponer la fuerza a la libertad.
Uno de los emblemas seculares de esa inteligencia es, sin duda, la universidad. Y durante estos ya largos años de democracia pervertida el gobierno no ha hecho sino tratar de domeñar esa institución, la inteligencia pues.
Para ello ha hecho de todo: asfixiarla económicamente, crearle universidades-chatarra paralelas, patrocinar las más variadas formas de violencia desde tomas hasta cuarenta y tantos atentados en la sola Universidad Central, disposiciones jurídicas grotescas como la elección de autoridades donde hasta los vendedores de piratería electrónica podrían terminar votando, insultos y devaluaciones cotidianos. Y no han podido ni siquiera mejorar los numeritos electorales de sus adeptos, entre profesores y alumnos, que los reducen a una pequeña minoría, vergonzante y, muchas veces, violentista.
Por supuesto que la han dañado en su calidad, construida en tantos años y por tantas vidas y con no pocos sacrificios, pero ahí sigue, al parecer dispuesta a que el enemigo no se apropie sino de sus ruinas.
En estos días hemos visto nuevas arremetidas, cada vez más impúdicas y descocadas contra la universidad. Del Presidente para abajo, entre ellos la ministra del ramo, la fiscala y la defensora del pueblo, han puesto el grito en el cielo porque votaron por un año a un estudiante debido a hechos públicos e injustificables en cualquier comunidad civilizada. Ellos justamente, que han permitido o patrocinado las innumerables criminales tropelías contra la universidad sin que haya hoy un solo responsable.
Ahora glorifican y defienden al agresor de la dignidad de la muy tolerante, excesivamente tolerante y frágil universidad, y casi lo beatifican a priori. Interviniendo así en la odiada autonomía, practicando el más descarado encubrimiento, legitimando la violencia. Es más, parece que la fiscala hasta va a iniciar una acción legal porque dicho acto de elemental higiene es una violación de la Constitución, semejante dechado de imparcialidad. La ministra que había congeniado con el Consejo Universitario y condenado la violencia, ucevista ella, unas horas después salió en defensa del violento sancionado, lo cual da hasta pena ajena por la señora. La defensora es bien conocida por su independencia y coraje para defender el Poder.
Pero ahora el Presidente parece que también planea unos consejos estudiantiles que tratarían de anular la auténtica representación estudiantil, confeccionados con su propia gente y sus billetes, como ha hecho con sindicatos, gremios, organismos estatales y municipales electos. Hasta de milicianos los quiere, en fila y derechitos. Va a ser difícil, Comandante.
La frase con que el fascista español completaba su deseo de asesinar a la inteligencia era: "¡Viva la muerte!".
Por tanto opuesta a lo único, a lo estático, a lo establecido, a lo incambiable, a lo inerte, al poder que tiende a perpetuarse. Por eso es incompatible con la bota que pinta Weil, y en general con todo lo que quiere contraponer la fuerza a la libertad.
Uno de los emblemas seculares de esa inteligencia es, sin duda, la universidad. Y durante estos ya largos años de democracia pervertida el gobierno no ha hecho sino tratar de domeñar esa institución, la inteligencia pues.
Para ello ha hecho de todo: asfixiarla económicamente, crearle universidades-chatarra paralelas, patrocinar las más variadas formas de violencia desde tomas hasta cuarenta y tantos atentados en la sola Universidad Central, disposiciones jurídicas grotescas como la elección de autoridades donde hasta los vendedores de piratería electrónica podrían terminar votando, insultos y devaluaciones cotidianos. Y no han podido ni siquiera mejorar los numeritos electorales de sus adeptos, entre profesores y alumnos, que los reducen a una pequeña minoría, vergonzante y, muchas veces, violentista.
Por supuesto que la han dañado en su calidad, construida en tantos años y por tantas vidas y con no pocos sacrificios, pero ahí sigue, al parecer dispuesta a que el enemigo no se apropie sino de sus ruinas.
En estos días hemos visto nuevas arremetidas, cada vez más impúdicas y descocadas contra la universidad. Del Presidente para abajo, entre ellos la ministra del ramo, la fiscala y la defensora del pueblo, han puesto el grito en el cielo porque votaron por un año a un estudiante debido a hechos públicos e injustificables en cualquier comunidad civilizada. Ellos justamente, que han permitido o patrocinado las innumerables criminales tropelías contra la universidad sin que haya hoy un solo responsable.
Ahora glorifican y defienden al agresor de la dignidad de la muy tolerante, excesivamente tolerante y frágil universidad, y casi lo beatifican a priori. Interviniendo así en la odiada autonomía, practicando el más descarado encubrimiento, legitimando la violencia. Es más, parece que la fiscala hasta va a iniciar una acción legal porque dicho acto de elemental higiene es una violación de la Constitución, semejante dechado de imparcialidad. La ministra que había congeniado con el Consejo Universitario y condenado la violencia, ucevista ella, unas horas después salió en defensa del violento sancionado, lo cual da hasta pena ajena por la señora. La defensora es bien conocida por su independencia y coraje para defender el Poder.
Pero ahora el Presidente parece que también planea unos consejos estudiantiles que tratarían de anular la auténtica representación estudiantil, confeccionados con su propia gente y sus billetes, como ha hecho con sindicatos, gremios, organismos estatales y municipales electos. Hasta de milicianos los quiere, en fila y derechitos. Va a ser difícil, Comandante.
La frase con que el fascista español completaba su deseo de asesinar a la inteligencia era: "¡Viva la muerte!".
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