En la vorágine de la violencia vivimos. Pan de cada día, de cada noche. Horror incesante, ¿tendrá alguna vez fin, al menos sosiego? La hay de todos los colores, en cualquier esquina, creciente, pesadilla colectiva, pozo negro. Ya ni vale la pena apelar a los números ni a nuestro lugar egregio en la geografía mundial del crimen. La Cancillería chilena acaba de solicitar una investigación del atropello por un grupo de facinerosos a uno de sus diplomáticos en Caracas, maltratado físicamente a más no poder; el segundo en breve tiempo. Chile tiene la criminalidad de un país desarrollado, nosotros diez veces más.
Traemos este caso para limitarnos a un suceso que viene en la prensa de hoy y que evidencia esa voracidad violentista que en nada repara.
Sólo en ese infernal telón de fondo, esa violencia generalizada, cobra sentido cualquier singularidad. Lo que nos ocupa ahora es una determinada violencia política que comienza a expandirse con la justa electoral nacional.
Ya teníamos amagos del fenómeno pero diluidos en la orgía criminal: ayer el pelotero, anteayer el hacendado, siempre los desconocidos.
Pero lo sucedido con María Corina Machado en el 23 de Enero no se puede dejar pasar.
Para empezar porque fue plomo, “nos tiraron al cuerpo”, y porque pretende establecer una lógica inadmisible hasta para la más mísera de las democracias: hay territorios privados, “liberados”, coto de caza de determinados grupos políticos, a los cuales no tienen acceso los demás, so pena de dejar los huesos en el sitio. Lo cual no es, por supuesto, nuevo en esta vandálica república en que vivimos: las esquinas calientes, las parroquias enteras vedadas a los ejércitos enemigos, las repúblicas autónomas como La Piedrita o esas variantes que son las cárceles y sus pranes, las tierras de nadie fronterizas, son ya una tradición.
Pero al respecto hay algo interesante: el intento de legitimar el asunto. Para Bernal hay zonas chavistas y punto, abstenerse los herejes.
Habría que preguntarle si en nombre de una mínima coherencia argumental habrá zonas, Chacao digamos y hasta el Zulia, donde los minoritarios rojitos no deberían pasar. Ya sé que es pedir demasiada lógica y decencia. Nos saltamos un diputado con pinta de orate que dice locuras y que llamó payasa a la dama, litium pues. Y un jefe de policía pidió una investigación porque María Corina dijo que aquí había bandas delictivas impunes como arroz, mentira desestabilizadora a todas luces.
Además de la pobreza argumental creo que hay otro elemento que los rojos deberían considerar. No estamos en los tiempos en que reinaba Lina Ron. Según las encuestas estamos, por decir lo menos, parejitos. Y ya la ciudad no está dividida en revolucionarios y escuálidos. ¿O no ganó Ocariz la candente barriada de Petare, para dar un único ejemplo? ¿Y esos indignados por montón que reclaman a diario los fraudes y atropellos contra sus populosas barriadas no son gente? A eso súmenle la mala fama exterior de nuestro Gadafi, sus malestares y la inmensa plasta económica y social que crece sobre el país entero. No es como para que se pongan de perdonavidas.
Por último la UCV, coño otra vez la UCV, en manos de cuatro malandrines que, por lo pronto, con la lógica de Bernal no tendrían derecho ni a sentarse en la tierra de nadie, destruyendo con bombas los predios del saber. ¿De verdad que no hay manera de salir de esas sabandijas con las grandes mayorías estudiantiles y la voluntad de las autoridades? ¡Hasta cuándo!
Traemos este caso para limitarnos a un suceso que viene en la prensa de hoy y que evidencia esa voracidad violentista que en nada repara.
Sólo en ese infernal telón de fondo, esa violencia generalizada, cobra sentido cualquier singularidad. Lo que nos ocupa ahora es una determinada violencia política que comienza a expandirse con la justa electoral nacional.
Ya teníamos amagos del fenómeno pero diluidos en la orgía criminal: ayer el pelotero, anteayer el hacendado, siempre los desconocidos.
Pero lo sucedido con María Corina Machado en el 23 de Enero no se puede dejar pasar.
Para empezar porque fue plomo, “nos tiraron al cuerpo”, y porque pretende establecer una lógica inadmisible hasta para la más mísera de las democracias: hay territorios privados, “liberados”, coto de caza de determinados grupos políticos, a los cuales no tienen acceso los demás, so pena de dejar los huesos en el sitio. Lo cual no es, por supuesto, nuevo en esta vandálica república en que vivimos: las esquinas calientes, las parroquias enteras vedadas a los ejércitos enemigos, las repúblicas autónomas como La Piedrita o esas variantes que son las cárceles y sus pranes, las tierras de nadie fronterizas, son ya una tradición.
Pero al respecto hay algo interesante: el intento de legitimar el asunto. Para Bernal hay zonas chavistas y punto, abstenerse los herejes.
Habría que preguntarle si en nombre de una mínima coherencia argumental habrá zonas, Chacao digamos y hasta el Zulia, donde los minoritarios rojitos no deberían pasar. Ya sé que es pedir demasiada lógica y decencia. Nos saltamos un diputado con pinta de orate que dice locuras y que llamó payasa a la dama, litium pues. Y un jefe de policía pidió una investigación porque María Corina dijo que aquí había bandas delictivas impunes como arroz, mentira desestabilizadora a todas luces.
Además de la pobreza argumental creo que hay otro elemento que los rojos deberían considerar. No estamos en los tiempos en que reinaba Lina Ron. Según las encuestas estamos, por decir lo menos, parejitos. Y ya la ciudad no está dividida en revolucionarios y escuálidos. ¿O no ganó Ocariz la candente barriada de Petare, para dar un único ejemplo? ¿Y esos indignados por montón que reclaman a diario los fraudes y atropellos contra sus populosas barriadas no son gente? A eso súmenle la mala fama exterior de nuestro Gadafi, sus malestares y la inmensa plasta económica y social que crece sobre el país entero. No es como para que se pongan de perdonavidas.
Por último la UCV, coño otra vez la UCV, en manos de cuatro malandrines que, por lo pronto, con la lógica de Bernal no tendrían derecho ni a sentarse en la tierra de nadie, destruyendo con bombas los predios del saber. ¿De verdad que no hay manera de salir de esas sabandijas con las grandes mayorías estudiantiles y la voluntad de las autoridades? ¡Hasta cuándo!
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