Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Este gobierno es, ante todo, tramposo. Y las trampas las ejecuta sin cuidar mucho las apariencias y sin calcular los efectos terminales de sus argucias. Lo que hace, casi siempre, que si bien en lo inmediato cree lograr sus fines, a la larga la trampa sale a flote y su fama de tahúr se acrecienta. En política internacional qué de trapacerías no han cometido que tienen un triste final.
Un ejemplo reciente: se hizo el loco con los etarras solicitados por la justicia española y ahora que la madre patria cambió de rostro político, de la sonrisa socarrona de Moratinos a la mirada ceñuda y conservadora de Rajoy, el tema ha vuelto en otros términos, dando y dando: como no repatriaron a Cubillas y compañía no enviarán a Venezuela ni al pran Oriente si aparece por aquellos lados; con el peligro de que se descubra algún socio de Aponte o de Makled por esos campos de Castilla.
La historia de las relaciones colombo-venezolanas en esta era bolivariana es de antología; osado y sufrido el historiador que se aboque a echar ese cuento garciamarquiano. Pero, después de todas las vueltas y revueltas imaginables, de la celebración pública de las FARC a la infame negación y sapeo de éstas, hablando en códigos revolucionarios, parecía que habíamos llegado a un cierto equilibrio y amoroso entente con el nuevo mejor amigo, no hace mucho el peor y más viejo enemigo. Remanso que, por perverso que parezca y por oscuras que sean algunas de las razones que lo impulsaron, vainas de computadoras delatoras, todos hemos considerado un alivio y una oportunidad del azar para enderezar algunos caminos, entre ellos el intercambio comercial bienhechor.
Pero aquí aparecen de nuevo las trampitas consuetudinarias. Eso a pesar de las reverencias a Santos, quien logra sin duda un creciente liderazgo continental, más o menos concomitante con el descenso del de Chávez y su muy averiada y deprimida ALBA, y también las cálidas aunque menores y más bien retóricas retribuciones de éste. Esas marramucias que se oían por aquí y por allá reiteraban que los faracos y otros insurrectos seguían haciendo de las suyas, de hecho, en tierras fronterizas venezolanas y quizás no tan fronterizas, gracias a la ineptitud o a la timorata e inercial complicidad de notorias cabezas del gobierno y la Fuerza Armada. Mientras tanto Santos aseguraba que nuestro mandatario era indispensable para la estabilidad de la región. Hasta que mataron a doce efectivos militares colombianos en los linderos de los países hermanísimos y Chávez, enfermo, tuvo que salir a decir que no queremos sino la paz de Colombia y que se han ordenado acciones militares para colaborar con ésta.
Bien, dijo el canciller de Colombia, pero lo que queremos es que se cumplan. Lo cual en muy parco lenguaje diplomático quiere decir mucho. Además resulta que le pusieron tamaña bomba al hombre fuerte de Uribe, al exministro Londoño, y otra en Buenos Aires, detectada a tiempo, al propio expresidente que le ha decretado una guerra sin cuartel a Chávez, paralela a la más matizada que sostiene con su exhijo político y delfín. De manera que, sin saber exactamente de dónde viene tanto estruendo, se puede jurar que el tema venezolano no escapará a esta madeja de diatribas y encontronazos, llenos de potenciales peligros porque los agredidos deben saber bastante de esa historia enrevesada de que hablamos. Hay que estar atentos.
Por cierto, al audaz eventual historiador de las recientes relaciones de los países hermanos le recomendamos que le ponga de portada a su posible libro el contundente rostro de Piedad Córdoba, no quedaría nada mal.
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