Por: Teodoro Petkoff/TalCualDigital
Qué espectáculo maravilloso el de la marcha y concentración de Capriles el domingo pasado! Más que un mitin de rutina electoral, fue un inmenso acto de fe en el futuro inmediato
Aquella no era una masa ni una multitud sino centenares de miles de voluntades individuales, de individualidades, articuladas entre sí por un hilo conductor irrompible: el de la convicción racional, pero no por ello exenta de emoción y pasión, de que hay que salir de este gobierno, de que Venezuela tiene que cambiar de conducción porque la de Chávez ha sido catastrófica tanto para el país como para el alma nacional.
Los venezolanos nos asomamos al abismo de la violencia de alta intensidad, e incluso al de la guerra civil, y la perspectiva nos aterró. La división y la polarización, provocadas a plena conciencia por Chávez como parte de su estrategia de poder, nos separaron a unos de otros en bandos incomunicados entre sí, nos llenaron de un odio y un encono que alcanzaron hasta a los grupos familiares.
No queremos esto. La campaña de Henrique Capriles ha tenido la virtud de ir despolarizando poco a poco a los venezolanos. De alejar el fantasma de la violencia. El juego no ha terminado todavía, los peligros siguen presentes, pero el épico esfuerzo de Capriles y su gente ha dado nueva vida y un fenomenal impulso a la cultura democrática del país.
La misma que subyace en la formidable resistencia nacional que ha logrado mantener vivos rasgos democráticos esenciales sin los cuales no habría sido posible la gran hazaña que está a punto de culminar: la derrota democrática de Hugo Chávez.
La colosal marcha del domingo, al igual que todos los actos que Capriles ha presidido a lo largo y ancho del país, poseen un componente fundamental: la espontaneidad.
Todos juntos, los partidos de la alternativa democrática, no podrían movilizar ni siquiera la cuarta parte del gentío que llena calles y plazas por donde pasa Capriles. Entre el 70 y el 80% de los asistentes van convocados por su conciencia, por su voluntad de ganar. Pero no es una espontaneidad anárquica sino autoorganizada, cuyo respeto se han ganado los partidos.
Para todo el mundo está claro que los partidos han expiado buena parte de sus errores, antiguos y/o recientes, y que sin su capacidad logística y organizativa tampoco sería posible lo logrado. Esa unidad que mueve a millones espontáneamente, no se habría podido construir sin los partidos. La unidad de los partidos ha sido el gran agente catalizador de la toma de la calle por los opositores.
Esa mínima estructura que es la MUD, proporcionó la visión de conjunto, trazó una línea política sensata y convincente para todos porque es unitaria. Cualquier oferta opositora fragmentada habría conducido a otros fracasos.
Esa Caracas que habló el domingo pasado, plural y diversa como es, pudo hacerlo al unísono porque toda su gente se siente parte de un todo, de un todo animado por una misma idea y una misma voluntad de acción. Pero no es sólo Caracas la que está hablando.
Es Venezuela entera la que lo está haciendo, en voz alta y clara. Ganaremos, qué duda cabe, pero el mandado no estaría hecho a menos que esa misma voluntad que se manifiesta en los grandes actos, se exprese en la decisión de votar y de defender la votación.
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