Por: Fernando Rodríguez/TalCual
El inconmensurable cierre de campaña de Capriles ayer en Caracas no solo demuestra su irrefrenable ascenso en la contienda electoral, sino que nos indica que aun las encuestas que le son más favorables se van a quedar cortas y que una tendencia cada vez más tangible en el país nacional va a darle una mayoría flagrante que no dejará dudas sobre la voluntad popular
Y no solo hay que subrayar la capital abarrotada de ciudadanos como pocas veces se ha visto, sino la textura espiritual de esos manifestantes llenos de alegría y templanza cívica y, sobre todo, ahora situados más allá de las inhibiciones y temores, las confusiones y dispersión que los han limitado por casi tres lustros; que ya no saben de barreras a sus instintos y anhelos de libertad y dignidad.
No hay retorno posible, nada ni nadie va a burlar la decisión de salir de la opereta degradante de sus días y sus almas con que un oscuro y mediocre caudillejo, medrando en las zonas más oscuras y desgraciadamente recurrentes de la historia, logró alejarla del progreso, la modernidad, la paz, la civilidad.
De la posibilidad de dirimir sus conflictos innegables e inevitables en la tolerancia y el debate de razones y consensos, que no otra cosa es la democracia verdadera.
Estamos confiados en que Henrique Capriles va a ser un notable presidente porque así lo dice su hoja de servicio y la capacidad de liderazgo que ha demostrado en una de las campañas electorales más memorables de la historia de este país y seguramente de muchos otros.
Pero, más allá de ese inmediato futuro, claro y promisorio, los venezolanos sabemos, al menos sentimos, que vamos a ganar el próximo 7 de octubre una apuesta trascendental, histórica en el sentido menos retórico de la palabra, la de escoger entre los valores fundamentales que la historia de la especie ha decantado, a través de demasiados horrores y sacrificios, la de ser individuos libres y autónomos.
O, por el contrario, la de sumirnos en la manada amorfa y servil conducida por el déspota ocasional que nos roba el privilegio esencial de ser nosotros mismos, adultos conscientes y responsables.
El derecho inalienable a inventarnos un futuro, nada seguro ni fácil por supuesto, en especial en un país todavía incipiente y maltrecho, pero que será hechura de todos, responsabilidad del pacto libérrimo de sus ciudadanos. Eso dijo Caracas con todas sus letras ayer, rebosante de vida y asertividad.
Eso dirá Venezuela el próximo domingo. Y no habrá violencias ni soberbias enfermas y oscuras que nos hagan retroceder. Ya nadie dejará de dar el último paso para poder mirar un nuevo horizonte.
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