martes, 4 de junio de 2013

Diplomacia malandra/Teodoro Petkoff martes 04jun13

Por: Teodoro Petkoff/TalCual
Chávez le impuso a la diplomacia venezolana un estilo que podríamos calificar de “malandro”. Agresivo e insultante contra gobiernos y/o instituciones que por algún motivo desataban sus cóleras; camorrero y buscapleitos, el cual, sin embargo, aunque el continente se acostumbró y dejó de tomar en muy en serio, logró, no obstante, para Venezuela y para él mismo un protagonismo continental, si bien bastante circense, bastante significativo. En definitiva, para sus propósitos, fuertemente signados por el narcisismo, el estilo le resultó.


Ocurre ahora que sus herederos, particularmente Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, han optado por imitar o copiar el estilo de su antiguo jefe, en la creencia, ingenua, por lo demás, de que lo que funcionó para Chávez, también para ellos tendrá el mismo efecto.

Olvidan aquello de que nunca segundas partes fueron buenas. Además, pierden de vista el “detalle” de que Chávez, a pesar de sus dotes histriónicas, no se comportaba como un actor sino que daba rienda suelta a los rasgos propios de su personalidad. Maduro, quien posee un talante y un modo de ser muy diferente al de su ex patrón, quiere hacerse pasar por éste, actuando ese papel, y lo que le sale es una simulación chimba, ridícula, que en lugar de sumar, resta.

Este es el drama de ciertos regímenes personalistas, en los cuales todo gira en torno a un personaje central, que no deja crecer en torno suyo ningún otro liderazgo que eventualmente, según su criterio, pudiera hacerle sombra. A diferencia de algunos caudillos que construyeron, en torno suyo, desde luego, instituciones de gobierno y de partido que ciertamente cumplían funciones como tales, Chávez se esforzó en gobernar en solitario, sin crear equipo.

Tuvo colaboradores, pero no organizados institucionalmente, de modo que sólo en ocasiones, muy de vez en cuando, se reunía con lo que se suponía era la dirección del PSUV; de resto todas sus decisiones eran estrictamente personales.

Esto hizo del PSUV apenas una máquina para efectos puramente electorales, pero no una organización donde el debate interno fuera una norma y las decisiones tomadas fueran producto de tales debates y del juego de mayorías y minorías. Chávez no discutía con nadie; a sus acólitos sólo les daba órdenes; de ellos no esperaba contraposición.

Estos no seguían líneas políticas acordadas en discusiones y confrontación de ideas, sino se limitaban a esperar por lo que les viniera de Lo Alto. El resultado no podía ser sino que a su desaparición física no quedó quien asuma, con vigor parecido, la conducción del movimiento. Maduro, como es visible, hasta en el esfuerzo que hace por copiar o imitar el estilo de su ex patrón, lo que logra es una triste caricatura. Todo produce la impresión de que a mediano plazo el orfanatorio chavista vivirá una crisis de dirección. Maduro no parece tener la envergadura y el talante para impedir que las fuerzas centrífugas que se mueven dentro del PSUV vayan generando crisis de dirección. Este va a ser un año conflictivo para un PSUV amenazado de desarticulación.

Lo sucedido con Colombia la semana pasada es una muestra fehaciente de lo que aquí decimos. Así, así no es que se gobierna.

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