Por: VenEconomía
Quienes pensaban que las cosas no podían ponerse peor de lo que ya eran, deben estarse dando cuenta de lo equivocados que estaban.
Las últimas semanas la situación política, el clima social y la moral ciudadana se hunden en un foso que se vislumbra sin salida con la misma velocidad que se deteriora la economía de Venezuela.
Este martes, por ejemplo, la Asamblea Nacional se prepara para allanar la inmunidad parlamentaria a la diputada de la bancada democrática, María Mercedes Aranguren, tal como solicitó el Tribunal Supremo buscando seguirle un juicio por “presunta comisión de los delitos de peculado doloso, legitimación de capitales y asociación para delinquir previstos en la Ley Orgánica Contra la delincuencia Organizada”. Un tinglado acusatorio levantado a la medida de las necesidades del oficialismo para alcanzar la mayoría parlamentaria que se requiere para entregarle a Nicolás Maduro poderes especiales para profundizar el castrocomunismo.
Una arista de esta maniobra es que el oficialismo montará una habilitante para combatir la “corrupción y la guerra económica” ejecutando la práctica corrupta del soborno y la compra del diputado número 99, que completaría el voto faltante. Este “diputado” llevará sobre sus hombros la entrega del futuro del país a un mandatario que parece no tener cortapisas para cercenar los derechos constitucionales de los venezolanos, con tal de seguir la receta castrista para dominar el país.
La realidad es que Maduro no requiere de la Habilitante para combatir la corrupción que se ha enquistado en el gobierno revolucionario. Si Maduro quisiera combatir la corrupción, sólo bastaría aplicar las leyes y dejar a los poderes públicos actuar sin tintes políticos. Pero, no hay poder moral, ni judicial ni legislativo autónomo que exija cuentas al Ejecutivo Nacional por saquear el erario público y dilapidar los recursos de la población.
Tampoco requiere Maduro, poderes especiales para combatir una guerra económica que él mismo inventó. Existen infinidad de leyes, controles y entes rectores y fiscalizadores para controlar, aplicar correctivos y penalizar a quienes se salgan de la legalidad en sus prácticas empresariales, de negocios o, incluso, en lo personal.
Lo cierto es que Maduro está exigiendo una habilitación legislativa para tener un cheque en blanco que le permita profundizar el proyecto castrista que insertó Chávez en Venezuela.
Quiere manos libres para terminar de destruir al sector privado, y concretar el control sobre todo el circuito productivo desde el principio hasta el final y sin rendir cuentas.
Los hechos de este fin de semana, donde en cadena nacional el mandatario exigía ver los anaqueles vacíos de distribuidoras de electrodomésticos sometidas a inspección por supuestamente estar haciendo usura, pueden estar desatando demonios difíciles de contener en una población que ha venido soportando limitaciones económicas y sociales por mucho tiempo. Hoy existen en el país comercios arrasados por algunos desaforados, que Diosdado Cabello informa son parte de la “organización popular”. Otros están auto-cerrados por temor a sufrir “percances”, como se llama ahora a los saqueos. Unos 28 propietarios y gerentes de esos establecimientos están privados de libertad, el Ministerio Público ha librado unas 10 órdenes de aprehensión y se ha ocupado “temporalmente” de tres negocios.
Preocupa, el anuncio de la creación de una fiscalía especial para la usura, que parece llevará a la ejecución de juicios sumarios, sin derecho a la defensa y sin presunción de inocencia que valga. ¿Quién invertirá en este caos? Si el gobierno no se detiene, de nada valdrá que se prohíba hablar de escasez, de saqueo, de inflación, del precio de la divisa o de cualquier otro tema vedado por el gobierno.
Preocupa que cuando las ventas controladas acaben con los inventarios de los comercios intervenidos, la fiera enardecida quiera ir por más.
Preocupa que Maduro llame a salir a la calle al "Poder Popular y milicias, a reforzar las autoridades civiles, militares, policiales”. Enfrentar a pueblo contra pueblo es una receta que nunca ha salido bien.
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