Por: Armando Durán/El Nacional
En la Venezuela actual, nadie sabe qué ocurrirá mañana. Desde hace semanas, aquí reinan la incertidumbre y la duda. Y una vez más, nos hallamos ante el mismo complejo dilema de votar o no votar. En otras palabras, ¿vale la pena acudir de nuevo a la convocatoria de un evento electoral organizado por un CNE comprometido a fondo y sin remedio con el proyecto hegemónico del chavismo?
Según declaró hace pocos días Ramón Guillermo Aveledo, ningún voto depositado en las urnas del próximo domingo se perderá. Una forma de defender la transparencia del proceso electoral y de sostener que el único voto que se dilapidará ese día es el que no se consigne. Sin embargo, desde la noche del 14 de abril, Aveledo, Henrique Capriles y compañía vienen denunciando, eso sí, con menos convicción a medida que nos acercamos al 8 de diciembre, que en aquella elección el CNE impuso ilegalmente la victoria de Nicolás Maduro. De ahí que hasta el día de hoy se hayan negado a reconocer su presidencia explícitamente.
¿Cómo conciliar, pues, estas dos posiciones? Sobre todo si ahora, con el control absoluto de los medios de comunicación radioeléctricos y el silencio voluntario de casi todos los impresos, hechos denunciados el jueves pasado por el rector Vicente Díaz como un ventajismo oficial inaceptable, el acoso y la persecución del adversario ponen en evidencia un desenfrenado aprieta que te aprieta del gobernante alicate totalitario. En estas condiciones, ¿cómo convencer al ciudadano de que acudir a las urnas del domingo no tenga el mismo y nulo valor de no ir a votar?
A este razonamiento debe añadirse la necesidad de saber con claridad cuál es el objetivo que se persigue yendo a votar. Los candidatos podrán cantar misa con tal de sumarle votos a su aspiración electoral, pero ¿por qué el discurso de todos ellos insiste en la tesis que reduce la lucha contra Maduro a la muy simple y falsa figuración de oponerle a su radical proyecto político la raquítica opción de construir gobiernos locales eficientes, como si en estas elecciones solo se tratara de votar sobre las distintas maneras de afrontar los problemas domésticos de cada municipio? Una manipulación que junto con la realidad política del país ha determinado, desde hace años, que la dirigencia no chavista decidiera no hacerle oposición al régimen sino solo denunciar el “error” contumaz de sus políticas públicas. El disparate de su gestión.
Limitar de este modo la lucha política a discrepancias de carácter gerencial, en ningún caso a razones ideológicas, resulta más que insuficiente para convencer a los venezolanos, que no son tontos ni creen en pajaritos preñados, de la conveniencia de ir a votar. Tampoco de que esos votos sean una contribución casi decisiva al esfuerzo opositor, no para cambiar de gobierno, mucho menos de régimen, porque no es eso lo que se pretende, pero sí para facilitar una modificación futura en el estilo de gobernar de Maduro. ¿Acaso los venezolanos aún no entienden que la crisis venezolana es la más seria y profunda de cuantas han asolado la historia nacional? ¿O es que en este país la mayoría todavía juzga que, en efecto, las promesas y las ofertas electoralistas que hacen los candidatos locales tienen algo que ver con el único y verdadero problema de Venezuela, la restauración de la democracia como sistema político y forma de vida?
Este es el abismo real al que nos acercamos a paso muy rápido y que impulsa a los venezolanos a pensar que no es mediante elecciones amañadas y tramposas que se solucionarán sus problemas individuales y colectivos. En definitiva, de la misma manera que Hugo Chávez siempre supo que para imponerle al país un socialismo a la cubana era necesario, primero, borrar de la faz de Venezuela y hasta de América Latina todo cuanto oliera a democracia representativa, ahora, para devolverle a Venezuela ese abolido sistema político, ante todo hay que desmantelar el modelo de sociedad marxista-leninista en desarrollo acelerado.
Desde esta perspectiva, la respuesta lógica del elector de la oposición sería abstenerse de participar en una nueva burla del régimen para seguir legitimándose en Venezuela y ante la mirada indiferente de la comunidad internacional. Pero, por otra parte, si una porción del electorado opositor vota y la otra no, ¿a quién favorecerá esa ostensible falta de unidad? A una semana exacta de las elecciones, esta disyuntiva no parece que vaya a tener un desenlace feliz. Mírese como se mire, al margen de los resultados que en su momento anuncien las autoridades electorales, esas cifras marcarán un rumbo nuevo de la oposición a partir del 9 de diciembre.
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