La criminalidad está adquiriendo, cada vez más, características de particular crueldad. La muerte a tiros es ya un hecho común en nuestros barrios, que es fundamentalmente donde viven los que mueren y los que matan. Sobrepasar esta realidad no es fácil. Como sociedad nos va a costar un esfuerzo terrible; es la triste realidad
SIMÓN BOCCANEGRA/TalCualDigital
El asesinato de Eliécer Otaiza es un inquietante signo de los tiempos. A él, como a tantos otros, una vez muerto le cosieron el cuerpo a balazos, en una muestra de saña que ya se ha hecho común en esta clase de hechos. La criminalidad está adquiriendo, cada vez más, características de particular crueldad.
El reciente asesinato de un joven que, sabiéndose condenado, rogó a sus victimarios que no lo mataran delante de su mamá, no valió de nada. Igual lo mataron ante los ojos, llenos de horror, de su madre.
Le metieron trece balazos. No es un caso aislado. Hace poco, a comienzos de febrero fue asesinado uno de los escoltas del presidente Maduro. La muerte a tiros es ya un hecho común en nuestros barrios, que es fundamentalmente donde viven los que mueren y los que matan. No existe un signo de descomposición social mayor que este.
Un país donde matar se ha hecho tan corriente como en el nuestro, es un país enfermo. La sociedad venezolana está enferma, gravemente enferma. Nuestros indicadores de violencia criminal nos colocaron en el año 2012, según la ONU, como el segundo país donde se comente más asesinatos.
Esto es un horror, que habla de un fenómeno que desborda largamente los límites de lo que, con un cierto exceso de lenguaje, podríamos denominar, los niveles relativamente tolerables de violencia criminal. Esta existe en todas partes, ningún país del mundo está exento de convivir con aquella. Pero no en muchos ocurre lo que entre nosotros, donde la violencia cotidiana se ha banalizado hasta extremos insoportables.
No es por antichavismo, pero aunque la violencia criminal ha venido creciendo con el paso de los tiempos, no es menos cierto que en los últimos años estamos ante un desenfreno de la criminalidad que supera la de casi todos los países del planeta. Sobrepasar esta realidad no es fácil. Como sociedad nos va a costar un esfuerzo terrible; es la triste realidad.
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