ECCIO LEÓN R. | EL UNIVERSAL
Para la mentalidad del hombre de la calle de hoy y hasta para algunos especialistas, pensar y actuar de otro modo resulta tan inútil y absurdo como buscar la luz en la tiniebla o como dice un refrán muy conocido, como intentar mezclar el agua con el aceite.
Dictadura, basta escuchar esta palabra para que a todos se les erice la piel, se santigüe como quien ve al demonio, y todas las maneras que encuentre a mano para expresar de modo tajante su horror, su rechazo y su condena.
Pero la amarga verdad y la terca realidad no se dejan someter a ese maniqueísmo exagerado, no se dejan encerrar entre los dos polos de tan simplista disyuntiva, luz o sombra, sin claroscuros, bien o mal, sin términos medios, o el paraíso de la libertad absoluta de la democracia o la esclavitud.
Para empezar, salta a la vista la inconsistencia del lugar común según el cual, en un régimen, el mandón lo es todo y el pueblo nada, que la masa carece absolutamente de derechos, comenzando por el más fundamental que es el de elegir libremente a sus gobernantes, y tiene que someterse al capricho de un solo hombre.
Es verdad que los regímenes suprimen los derechos del ser humano como las libertades de asociación, manifestación pública, organización, prensa, opinión, libertad de decidir movilizarse dentro y fuera del territorio del país, pero esto no nace del "capricho" del mandón, sino de la necesidad de asegurarse del pleno control del país por parte de una clase dominadora de nuevos ricos y poco numeroso, sí, pero dueña de un inmenso poder financiero, militar y político, en cuyo nombre e interés se toma el poder por la fuerza, se dictan las políticas restrictivas y se sostiene al régimen contra la voluntad popular. Sin embargo, para que esto dure es necesario, como en la democracia, no sólo dar resultados al grupo dominante, sino también algún incentivo a la clase media y al pueblo trabajador, pues es imposible que un gobierno se sostenga sólo con gas del bueno.
Para que exista una democracia electoral auténtica, es indispensable que haya, primero, democracia económica, esto es en términos realistas de hoy, que la distancia entre la clase gobernante y el pueblo no sea abismal, que la riqueza social se distribuya de la manera más equitativa posible. Allí, la clase media y trabajadora viven atadas al mísero ingreso para mal vivir, y, por tanto, son presas de la ignorancia, la enfermedad, la malnutrición, la apatía política y la apatía en general ante los grandes problemas de existencia social. También aquí, como en los regímenes totalitarios, no todo son palos, pobreza y manipulación, algo toca a los pobres.
Se le prometen algunos derechos a través de la ley escrita y se le respetan en los hechos mientras su ejercicio no ponga en riesgo al status quo.
Cuando los intereses del sistema corren peligro, aunque sea mínimo, todas las libertades, derechos y garantías no sólo son desechados ante la necesidad prioritaria de orden, tranquilidad y paz pública, sino que se les combate, calumnia y criminaliza en abierta contradicción con el discurso democrático y hasta con la letra misma de la ley. Se ha dicho que un signo inequívoco de gobierno dictatorial (y uno de sus mayores daños) es el envilecimiento que causa en la sociedad entera, en las organizaciones, en las familias, en los medios informativos, etc., el terror provocado por el uso perverso de los tribunales, la cárcel, la fuerza pública y la represión; envilecimiento que obliga a todos a callar la verdad, a sofocar sus sentimientos filiales, paternales, humanos, para adular y besar la mano que encarcela, reprime y tortura a sus hermanos, padres, hijos y amigos. Los obliga incluso a condenarlos y delatarlos.
Se criminaliza y persigue a la organización no autorizada del pueblo, se calumnia, amenaza y reprime toda forma de protesta pública auténtica, mientras se aplaude y alienta a los "paleros" del Mandón. Hasta la tan ensalzada y pregonada libertad de prensa se acota, limita y condiciona a los intereses de la "democracia": entra en juego la mordaza a los opositores, la censura a los medios, so pena de clausura o de ahogo económico si no se someten a las "órdenes superiores".
El régimen, disfrazado de "demócrata", sofoca la voz de los inconformes pensando tal vez que así desaparecerán los problemas, y los medios se suman a la farsa.
Necesitamos cambiar la visión del país que tenemos, necesitamos cambiar el modelo económico actual, pues éste, solo está concentrando en la riqueza de unas cuantas manos y quitando la cobija a la inmensa mayoría del pueblo, que es la clase media y los trabajadores y son quienes producen la riqueza. Los índices de desigualdad social en Venezuela no son para nadie desconocidos y, aunque se maquillen las cifras, la realidad las reflejan con mucha claridad, adonde vayamos encontramos esa miseria galopante, en todos los rincones se nos aparece, nos sigue, y, obviamente, también la encontramos en ese sector tan querido para la sociedad, pero tan lastimado, como es la juventud venezolana que durante esta ultima década ha tenido que emigrar en busca de oportunidades y tratar de llevarse a sus familiares a lugares donde tengan mejores oportunidades y seguridad, que ha desfragmentado la unión familiar, cuando se refugian en diferentes lugares del globo terráqueo, triste realidad que nos corrió de nuestro país de nacimiento, convirtiéndonos en emigrantes en momentos en que el mundo sufre tremenda crisis.
En fin, gracias a Dios culminó el Mundial de Fútbol, para que el venezolano indiferente se entere cómo cambió el país en este mes de fiesta y desprendimiento ante tan terrible realidad nacional.
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