Por: Fernando Rodríguez/TalCual
P areciera que, paradójicamente, en el momento justo en que el gobierno de verdad temblequea la oposición se ha puesto histérica. Y cuando decimos tiembla es porque tiembla. La crisis económica, repetimos por enésima vez, es monstruosa.
Palpablemente monstruosa: pregunte por el precio de lo que primero se le venga a la mente y lo constatará. Busque lo que tanto necesita y seguramente no lo encontrará. Mida el tamaño de su miedo cuando deba salir en las lóbregas noches de nuestras ciudades. Hechos rotundos y al alcance de todos. Y por otro lado el gobierno, tan monolítico y soberbio durante tanto tiempo, comienza a descoserse, oiga las encuestas, hasta genera sospechas de que se nos venga encima con todo y Constitución.
Condiciones políticas muy favorables si no al “gran cambio”, a la salida por la puerta grande, que nadie debería descartar, al menos para cobrar algunas cuentas y revertir sustancialmente los equilibrios de poder, en lo que todos deberíamos coincidir.
Y, es de no creerse, lo que empezamos a ver en el movimiento opositor es un pandemónium sin justificación y que tiene mucho de desvarío y de infantilismo, de hoy digo esto y mañana aquello, que a que te gano en inventar fórmulas extremas y estrafalarias, tú dices “a”, yo digo “b”…
Basta ver la variedad de propuestas: acabar con la MUD; dividirse para tratar de volver a unirse (quién duda en que en la unión está la fuerza); reunificarla; reestructurarla; diálogo, mucho diálogo (¡hasta con Cabello!), con muchas o pocas condiciones; guarimbear o marchar en correcta formación; ir a la Constituyente; anexarle un congreso a la Mesa; expandirla hacia una mayoría robusta; proyectar las parlamentarias; pensar que el gobierno se desplomará mañana, o que no cambiará en muchos años…
Los denuestos abundan igualmente: de colaboracionistas y cómplices a aventureros e irresponsables.
Ahora bien, si al menos hacemos menos ruido, si medimos los decires, si nos percatamos de que las piedras lanzadas al voleo suelen herir, si recuperamos una cierta sindéresis, si valoramos justamente el diagnóstico del enfermo que nos gobierna las cosas ciertamente irán para mejor.
Quizás un punto de partida ecuánime es el reconocimiento de que las dos líneas políticas mayores que parecen haber amenazado la unidad, el diálogo y la salida, han sufrido muy serios atascamientos. Lo cual no quiere decir que hayan sido derrotadas.
Habrá más calle cuando haya más hambre y desolación. El gobierno dialogará cuando se sienta con el agua al cuello. Pero esos atascamientos son obvios. Ya no hay guarimbas ni mesa de conversación. Ramos Allup lo reconoció no ha mucho (salvo con un colofón infeliz sobre los muertos del otro bando). Si esto es así al menos ello tiene una ventaja, un papel en blanco donde podemos tratar de escribir en conjunto una novedad que tome en cuenta lo que la experiencia reciente nos ha enseñado: que al gobierno no le gusta oír a los demás y que tiene unas cuantas armas poderosas que maniatan y asesinan.
Y, de otra parte, que hay muchas cosas por hacer, al menos dos grandes tareas: denunciar la incapacidad, el engaño sistemático y el pillaje a que ha sido sometido el país durante tres lustros y acompañar y defender al pueblo en el inevitable via crucis a que va a ser sometido indefectiblemente.
Puede sonar muy retórico pero son buenos propósitos, un camino recto. Que, por supuesto, estará lleno de atajos y veredas, sobresaltos e imprevistos. Simplemente no los decretemos a priori, como no debemos dejar de estar atentos a ellos en cada esquina. Ni aventura, ni resignación.
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