martes, 16 de marzo de 2010

Caracas llora a sus muertos tras fin de semana más violento del año, según reportaje de AFP

JMS/Globovisión/AFP
La muerte sorprendió a Daniel tomando cerveza en una barriada de Caracas, a Johiman en un taxi y a Víctor jugando con sus hijos en casa. Nunca se conocieron, pero los tres yacen juntos en la morgue de la capital venezolana, donde hubo 67 muertes violentas en tan solo dos días.

Fue el fin de semana más trágico en lo que va de año en Caracas, una de las ciudades más peligrosas de América Latina con 140 homicidios por cada 100.000 habitantes en 2009, según cifras extraoficiales.
"Unos tipos llegaron para robarle la moto, se resistió y le dispararon en la cabeza. Tenía dos hijos pequeños. Tiene que haber justicia, la muerte de mi hijo no puede quedar así", solloza Beatriz Martínez, madre de Víctor Miranda, asesinado el sábado.
A las puertas de la morgue de Bello Monte de Caracas, colapsada por el alto número de cadáveres recibidos, las familias esperan horas o días para recuperar un cuerpo.
El dolor deja en muchos casos paso a la rabia contra unas fuerzas de seguridad que consideran ineficaces.
"Nunca pensé que iba a estar aquí un día. E
"En este país eso es lo que nos toca. Matar aquí es un deporte. Si se nos permitiera que cada uno tome su venganza, no creo que todos los fines de semana hubiera esta cantidad de muertos", afirma Miriam Zúñiga, cuyo hermano fue asesinado el sábado.
"Sólo provoca empezar a matar", corrobora otro familiar.
Sentado pacientemente a las puertas de la morgue con un acta de defunción en la mano, José, un obrero de Maracay (oeste) aguarda para recuperar el cadáver de su hijo de 22 años, que murió al resistirse a un robo.
"Es una lotería, cuando te toca, te toca. Así es este país", asegura entre lágrimas.
"Es una gran impotencia. Siento que no puedo hacer nada", repite con aire absorto Juan Abano, mientras espera que le entreguen el cadaver de Johiman, inspector del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) acribillado dentro de un taxi.
Para muchas de estas familias, el infierno comenzó el viernes en la noche. Fue el caso de los padres de Daniel, un joven que recibió más de ocho disparos en Petare, una de las barriadas más peligrosas de la ciudad.
"¡Viene muerto, viene muerto!", gritaban los camilleros del hospital Pérez de León, trasladándolo rápidamente con una minúscula esperanza de salvarle la vida.
Su madre, que lo trajo desangrado al hospital en un auto, llora atontada por el dolor mientras los médicos sólo pueden constatar su fallecimiento debido a unos nueve impactos de bala.
"Tiene varias heridas de bala, en el cuello, la cara y el pecho.
Quien lo hizo quería matarlo de verdad", cuenta uno de los camilleros, mientras introduce el cuerpo en el depósito del hospital minutos después. La prisa es tal que ni siquiera le han cerrado los ojos.
En este hospital caraqueño, escenas como ésta son tristemente cotidianas.
"Los fines de semana, sobre todo cuando la gente cobra, son los más difíciles", asegura Haydé Rada, responsable de enfermeras en la emergencia del centro médico.
"Tengo 10 años aquí y 23 de experiencia pero sigo siendo un ser humano y uno a veces se siente impotente, sin poder hacer nada cuando ve todo esto", agrega, emocionada.
Agentes de diversos cuerpos policiales custodian la entrada al hospital. Su misión es proteger a los heridos y a sus familias, calmar los ánimos de borrachos, maleantes y de algunos allegados impacientes o enfurecidos por la muerte de un ser querido.
"Esto no es culpa del gobierno, es culpa de las familias, un problema cultural, no se esfuerzan para que sus hijos estudien. El gobierno más bien pone todos los medios para que esto no siga ocurriendo", afirma un oficial de policía.
Los heridos llegan en moto, en sus propios carros que irrumpen en la entrada del hospital e incluso caminando con una botella de alcohol todavía sin terminar en la mano.
Otro joven baleado en el pie hace su entrada en el hospital ayudado por varios amigos. "Va a ser una noche movida", afirman las enfermeras, con aire resignado.

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