Hace una semana se cumplió un año desde que el país perdió uno de sus más poderosos y fértiles cerebros, cuya inteligencia y talento lindaban con el genio
Por: Simón Boccanegra/TalCualDigital
El pasado 12 de este mes, hace exactamente una semana, se cumplieron diez años de que dejara de latir el generoso y abierto corazón de Luis Bayardo Sardi. En esa mala hora perdió el país uno de sus más poderosos y fértiles cerebros, cuya inteligencia y talento lindaban con el genio –dicho sea sin la exageración a las que la amistad y el cariño podrían servir de coartada–.
Sólo su infinita modestia, unida a su muy particular gusto por la bohemia, le hizo quedar debiéndonos una obra escrita, articulada y condensada en libros. Dejó, eso sí, una infinita cauda de artículos dispersos, muchos de ellos ni siquiera publicados, que tanto ayudaban a la reflexión colectiva en los años más promisorios del proyecto político que compartimos, así como el recuerdo de sus inigualables intervenciones habladas.
¡Cuánta falta no ha hecho la fuerza analítica de Bayardo en estos años aciagos que le ha tocado vivir al país! ¡Cuánta su lucidez y espíritu, simultáneamente crítico y práctico! Pero, más que al político, queremos recordar al amigo para quien no había tema humano que le fuera ajeno. Su versatilidad intelectual le permitía abordar, en profundidad y con absoluta pertinencia, un texto filosófico así como una discusión sobre beisbol o alguna gratísima disertación sobre la salsa.
Ese aristócrata del pensamiento era, al mismo tiempo, el más terrenal de los contertulios en cualquiera de aquellas madrugadas de prolongados conversatorios a las que era tan dado.
Quizás para la mayoría de los lectores de este diario, por aquello de la brecha generacional, el nombre de Bayardo no diga nada, pero escribo hoy para quienes tuvimos el privilegio de conocerlo, tratarlo y admirarlo, que, estoy seguro, comparten el recuerdo adolorido del amigo que se nos fue.
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