Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Algunos investigadores sociales han señalado como primer rasgo de los países fallidos el perder el control efectivo sobre parte de su territorio; es decir, el monopolio de la violencia. Esos espacios estarían al margen de toda legalidad interna e internacional. Etnias enfrentadas en el África, países o regiones débiles asfixiados por el narcotráfico o el contrabando, zonas insurgentes crónicas, barriadas inaccesibles en manos de bandas, focos migratorios explosivos... Todo ello complica todavía más nuestro laberíntico planeta.
Bueno, aquí en Venezuela tenemos un caso muy particular, por reducido y transitorio que parezca, de esa anomia: nuestras cárceles, ejemplificadas hoy por El Rodeo. Ha quedado claro que hay unas autoridades, pranes, que gobiernan los recintos carcelarios al margen de toda norma que no sean la suyas, bastantes crueles por cierto. Espacios, pues, liberados de la Constitución y las leyes vigentes. Con sólidas formas de comunicación comercial con el entorno. Con una economía interna sólida y eficaz. Con armamento suficiente, en cantidad y calidad, como para mantener un equilibrio con las fuerzas armadas regulares, sustentado en que su derrota podría tener los altos costos de una masacre de grandes dimensiones.
Y que puede, en consecuencia, sentar a sus homólogos exteriores en una mesa de conversación a debatir sobre deberes y derechos, con condiciones y todo.
Quedará por explicar cómo se llegó a semejante despelote, a esa mini-república efímera por los lados de Guatire, que quién quita que termine haciendo elecciones para elegir el Pran Mayor y otras instancias del liderazgo, así como la formalización de sus reglas de funcionamiento. Por lo pronto están arribando a su primer mes de existencia autónoma.
Por su parte, el gobierno, como es su deber la salvaguarda de la integridad y soberanía del territorio, trata de transar alguna solución intermedia que le permita salvar la cara. Y, sobre todo, frenar las tentaciones independentistas de otros penales que ya dan síntomas preocupantes.
El Rodeo II, que es el insurgente, es un espectáculo que imaginamos espantoso, más inhumano que habitualmente. Oscuridad, hacinamiento, falta de higiene, enfermedades, cadáveres descompuestos, falta de agua y de alimentos, lacrimógenas y disparos en la alta noche, miedos y odios... parecería una metáfora del infierno, un monstruoso sueño de la razón.
Pero también simboliza un resumen intenso, hiperbólico, de los males que padece el ciudadano de esta otra república, la de los no privados de libertad. Lo que es comprensible porque ésta lo engendró de sus entrañas, lo parió y lo hizo crecer torcido hasta que cayó en cuenta que era hermano de Frankenstein, de la espuma, de las garzas... y del sol.
De alguna manera, ojalá no sea por alguna misión de tierra arrasada, esto tendrá alguna resolución. Pero tenemos demasiados pranes y una población penal en crecimiento acelerado, un poder judicial pútrido y ningún atisbo de una política vigorosa y sensata por lo que volverán las nuevas cárceles liberadas. Se concederán algunas cosas menores, pero no otras como la salida de la nefasta Guardia Nacional y su sustitución por personal calificado. Es un ciclo sin tregua.
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