De acuerdo con un cierto análisis en profundidad realizado por el Centro Gumilla, resulta que a los sectores populares (llamados por los encuestólogos D y E) el problema que más les preocupa, contrariamente a la opinión más generalizada (y más difundida por las encuestadoras convencionales) es el del desempleo y no el de la inseguridad. Si se piensa un poco sobre el asunto se puede convenir en que esta apreciación está más cerca de la realidad que la más corriente y universalmente aceptada. Simplemente porque afecta a mucha más gente.
Ante todo habría que señalar que el concepto de desempleo que maneja el INE (y no sólo desde ahora) no es el que se utiliza en el barrio. Oficialmente, el INE habla de una cifra de desempleo que se mueve entre 8% y 10%, pero, simultáneamente, informa que la población que se mueve en el sector informal de la economía fluctúa entre el 45% y el 48%. Pues bien, ese venezolano que el INE considera "empleado" porque trabaja, por ejemplo, vendiendo chucherías en una autopista, se ve a sí mismo como un desempleado que sorteando carros en la autopista apenas si se "resuelve".
De igual manera ese venezolano que informa haber trabajado dos horas durante la semana previa a la encuesta tampoco es calificado como desempleado. En definitiva, el alto volumen de trabajadores en el sector informal oculta la realidad de un nivel de desempleo muchísimo mayor que el oficialmente presentado por el INE. De no ser así no se entendería por qué para los venezolanos de los sectores más humildes la calamidad más acuciante es la falta de un trabajo que ellos puedan considerar como tal: uno con su horario y su salario, amén de la cobertura que suponen les presta la legislación laboral. En otras palabras, los llamados trabajadores informales se conceptúan a sí mismos como desempleados.
En este campo, el de la creación de empleos, el fracaso de la "revolución bonita" es francamente estruendoso. Es cierto que ha elevado la nómina pública de 900 mil a 2,3 millones de trabajadores y que en este sentido, por muy improductivo, burocrático o simplemente ficticio que sea, puede jactarse de haber "creado" empleo. Por supuesto, esa ha sido la respuesta de un régimen sin idea de qué hacer con la economía: desarrollar un inmenso sector público, que "ocupa" casi el 20% de la población activa del país, pero que no añade ni un centésimo de punto al Producto Interno Bruto, no produce nada. Los precios del petróleo explican el sostenimiento de esa enorme burocracia. No es la economía nacional.
En la esfera productiva la destrucción de puestos de trabajo, no sólo de empleos, ha sido catastrófica. Por eso las cifras reales de desempleo permanecen prácticamente estables desde hace años. La economía productiva, la creadora de empleos formales, no sólo no crece sino que ha venido siendo destruida sistemáticamente.
Un desempleado o un trabajador informal no es sólo una persona que muy precariamente puede atender las necesidades de su familia sino que además su propia autoestima está severamente lastimada por una percepción de inutilidad o de vivir al margen de la vida. Por eso, la mayoría de ellos responde que las "misiones" están muy bien pero que ellos preferirían un trabajo estable y digno. Que es precisamente lo que la chavoeconomía no es capaz de proporcionar.
Ante todo habría que señalar que el concepto de desempleo que maneja el INE (y no sólo desde ahora) no es el que se utiliza en el barrio. Oficialmente, el INE habla de una cifra de desempleo que se mueve entre 8% y 10%, pero, simultáneamente, informa que la población que se mueve en el sector informal de la economía fluctúa entre el 45% y el 48%. Pues bien, ese venezolano que el INE considera "empleado" porque trabaja, por ejemplo, vendiendo chucherías en una autopista, se ve a sí mismo como un desempleado que sorteando carros en la autopista apenas si se "resuelve".
De igual manera ese venezolano que informa haber trabajado dos horas durante la semana previa a la encuesta tampoco es calificado como desempleado. En definitiva, el alto volumen de trabajadores en el sector informal oculta la realidad de un nivel de desempleo muchísimo mayor que el oficialmente presentado por el INE. De no ser así no se entendería por qué para los venezolanos de los sectores más humildes la calamidad más acuciante es la falta de un trabajo que ellos puedan considerar como tal: uno con su horario y su salario, amén de la cobertura que suponen les presta la legislación laboral. En otras palabras, los llamados trabajadores informales se conceptúan a sí mismos como desempleados.
En este campo, el de la creación de empleos, el fracaso de la "revolución bonita" es francamente estruendoso. Es cierto que ha elevado la nómina pública de 900 mil a 2,3 millones de trabajadores y que en este sentido, por muy improductivo, burocrático o simplemente ficticio que sea, puede jactarse de haber "creado" empleo. Por supuesto, esa ha sido la respuesta de un régimen sin idea de qué hacer con la economía: desarrollar un inmenso sector público, que "ocupa" casi el 20% de la población activa del país, pero que no añade ni un centésimo de punto al Producto Interno Bruto, no produce nada. Los precios del petróleo explican el sostenimiento de esa enorme burocracia. No es la economía nacional.
En la esfera productiva la destrucción de puestos de trabajo, no sólo de empleos, ha sido catastrófica. Por eso las cifras reales de desempleo permanecen prácticamente estables desde hace años. La economía productiva, la creadora de empleos formales, no sólo no crece sino que ha venido siendo destruida sistemáticamente.
Un desempleado o un trabajador informal no es sólo una persona que muy precariamente puede atender las necesidades de su familia sino que además su propia autoestima está severamente lastimada por una percepción de inutilidad o de vivir al margen de la vida. Por eso, la mayoría de ellos responde que las "misiones" están muy bien pero que ellos preferirían un trabajo estable y digno. Que es precisamente lo que la chavoeconomía no es capaz de proporcionar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario